Odisea (versión de Samuel Butler) by Homero

Odisea (versión de Samuel Butler) by Homero

autor:Homero [Homero]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Poesía, Aventuras
editor: ePubLibre
publicado: 0700-01-01T00:00:00+00:00


CANTO XIII

ULISES DEJA ESQUERIA Y VUELVE A ÍTACA

Así habló, y todos se quedaron callados, hechizados por su historia, hasta que por fin habló Alcínoo.

—Ulises —dijo—, ahora que has llegado a mi casa no dudo de que regresarás a tu hogar sin más desventuras, por mucho que hayas sufrido en el pasado. A vosotros, que venís aquí cada noche para beber mi mejor vino y escuchar a mi bardo, debo deciros lo siguiente: nuestro huésped ya ha guardado la ropa, el oro y el resto de los presentes que habéis traído para obsequiarle, regalémosle además un trípode y un caldero cada uno. Luego nos resarciremos con la ayuda del pueblo, pues uno solo no puede hacer regalos tan generosos.

Todos estuvieron de acuerdo y cada cual volvió a su propia casa. Cuando apareció la hija de la mañana, Aurora de dedos sonrosados[53], corrieron a la nave y llevaron consigo los calderos y los trípodes. Alcínoo subió a bordo y comprobó que todo estuviera bien estibado debajo de los bancos para que nada se soltase y pudiera hacer daño a los remeros. Después, todos se fueron a casa de Alcínoo a comer, y él sacrificó un toro para ellos en honor a Zeus, que es el señor de todo. Pusieron los muslos a asar y prepararon un excelente banquete durante el cual el inspirado bardo Demódoco, que era admirado por todos, cantó. Pero Ulises no dejaba de mirar al sol, como animándolo a ocultarse, pues estaba deseando ponerse en camino. Igual que quien se ha pasado el día arando un campo se alegra cuando cae la noche y puede ir a cenar, pues las piernas le sostienen con dificultad, así se alegró Ulises cuando se puso el sol. Entonces les dijo a los feacios, dirigiéndose en particular al rey Alcínoo:

—Señor, y todos vosotros, adiós. Haced vuestras libaciones y despedidme contentos, pues habéis cumplido el deseo de mi corazón al proporcionarme una escolta y al hacerme regalos, que espero que los dioses me permitan disfrutar. Ojalá encuentre en mi casa, con buena salud, a mi admirable esposa y a mis amigos, y ojalá vosotros podáis hacer felices a vuestras mujeres y a vuestros hijos. Que los dioses os concedan toda suerte de bienes y no os suceda nada malo.

Así habló. Todos los que lo oyeron estuvieron de acuerdo con sus palabras y coincidieron en que debía tener su escolta, pues había hablado de forma razonable. Alcínoo le dijo a su criado:

—Pontonoo, mezcla vino en una crátera y sírvelo para que podamos rezar al padre Zeus y despedir a nuestro invitado.

Pontonoo mezcló entonces vino y agua, y lo sirvió a cada uno de los presentes, que hicieron sus libaciones desde sus asientos a los dioses dichosos que viven en el cielo. Ulises se levantó y puso una copa en manos de la reina Arete.

—Adiós, reina —dijo—, sé feliz para siempre, hasta que la vejez y la muerte, común destino de todos, pongan sus manos en ti. Ahora me despido, sé feliz en esta casa con tus hijos, con tu pueblo y con el rey Alcínoo.



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