Nunca me aprendí la lista de los Reyes Godos by Javier Sanz

Nunca me aprendí la lista de los Reyes Godos by Javier Sanz

autor:Javier Sanz [Sanz, Javier]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Divulgación, Historia
editor: ePubLibre
publicado: 2012-01-01T00:00:00+00:00


«Se inocula el virus al primer niño y, como no es inmune a la viruela, desarrolla la enfermedad y las consiguientes pústulas, antes de que se cure, se vuelve a extraer el virus y se inocula a otro niño y así, sucesivamente, hasta llegar al Nuevo Mundo».

Gracias a los «niños vacuníferos», así se les llamó, llegó la vacuna al continente americano.

Si en el descubrimiento de las vacunas tuvieron que ver las vacas, en el descubrimiento de la antitoxina de la difteria fueron los caballos los protagonistas. La difteria es una enfermedad infecciosa aguda causada por la bacteria denominada Corynebacterium diphtheriae y se transmite, principalmente, por vía respiratoria (gotas microscópicas que se emiten al hablar, toser o estornudar). Durante el siglo XIX y las primeras décadas del XX, se desataron varias epidemias de difteria que afectaron fundamentalmente a niños pequeños y produjeron una elevada mortandad.

En 1890, el médico alemán Emil von Behring, premio Nobel en 1901, descubrió la «antitoxina diftérica» que no mataba la bacteria de la difteria, pero neutralizaba las toxinas que liberaba. Durante el verano de 1894, Hermann Biggs, el jefe del Departamento de Salud de Nueva York, realizó una gira científica por Europa, donde pudo conocer de primera mano los trabajos de su colega. Behring utilizaba caballos para obtener la antitoxina con excelentes resultados, especialmente si se administra dentro de las 24 horas de la infección. Biggs no podía esperar y comunicó, a través del telégrafo, la noticia a sus colegas americanos para que consiguiesen algunos caballos y acondicionasen las instalaciones para comenzar a trabajar. Lamentablemente, el presupuesto de su departamento no disponía de suficiente dinero y deberían esperar al año siguiente, pero Biggs no podía aguardar y, de su bolsillo, compró un caballo llamado Jim que se dedicaba a tirar de un carro repartiendo leche. En octubre, se le inyectó a Jim la toxina de la difteria; semanas después, se le extrajo sangre y, después de los tratamientos adecuados, en el mes de diciembre ya disponían del suero de la antitoxina. Las primeras dosis se suministraron el 1 de enero de 1895 reduciendo en más del 50 por 100 la mortalidad infantil en menos de cinco años. Debido al éxito del suero, el Departamento de Salud de Nueva York construyó unas instalaciones en Otisville con una granja de caballos y un sanatorio para dicho tratamiento.

Pero el final de Jim no iba a ser un cuento con final feliz. El 2 de octubre de 1901, hubo que sacrificarlo porque había contraído el tétanos. El problema es que el suero obtenido de sus extracciones de sangre correspondientes al mes de septiembre también estaba infectado. Varios niños que habían superado la difteria con el suero de Jim fallecieron por el tétanos. A raíz de este episodio, en 1902, se aprobó la Ley de Control de Productos Biológicos que establecía un Centro de Evaluación e Investigación Biológica para supervisar la seguridad de las vacunas. A pesar de este amargo final, se calcula que Jim llegó a producir más de 30 litros de suero.



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