Nunca llegarás a nada by Juan Benet

Nunca llegarás a nada by Juan Benet

autor:Juan Benet
La lengua: spa
Format: epub
Tags: prose_contemporary
ISBN: 9788474444025
editor: www.papyrefb2.net


Cinco

Los primeros disgustos debieron llegarle a mi abuelo a causa del mismo ferrocarril, a cuya construcción había contribuido en su juventud. Mi abuelo, empujado tanto por su familia política como por su propio y maligno interés en superarla, ayudarla e incluso subordinarla, había dividido su fortuna entre la casa, las minas y el ferrocarril, creyendo que jugaba a tres paños distintos. A los cuatro años sabía que los dos últimos eran de la misma paridad (y de color rojo); pero, al menos, murió creyendo, convencido ya de que todo el paquete de acciones del ferrocarril y de la Consolidada Metalúrgica valía tanto como los cartones que pintaba su hija mayor, que dejaba una casa y una finca que permitiría vivir más que desahogadamente a diez generaciones de Benzales si se sabían mantener arrimados a la tierra, apartando de sus cabezas todas las lucubraciones industriales. A este respecto, las primeras inquietudes que asaltaron al viejo vinieron del lado de su hijo mayor, el famoso tío Enrique. Cuando se convenció de que Enrique había muerto, debió quedarse más tranquilo, considerando que con la desaparición del único hijo derrochador, jugador sin fortuna y cabeza perdida de la familia, la continuidad de la casa y la fortuna estaban aseguradas y garantizadas por las virtudes domésticas de las mujeres.

El tío Enrique había abandonado el hogar paterno antes de que yo naciera. Su nombre no se pronunciaba en la casa más que cuando mi abuela o mis tías se veían obligadas a hacer uso de las palabras supremas para reconvenirme y mantenerme a su lado.

—Estate quieto. A ver si vas a salir como el tío Enrique.

Cuando mi madre venía a San Quintín a pasar tres o cuatro días de descanso yo la recibía con todo el repertorio de preguntas:

—Mamá, ¿qué le pasó al tío Enrique?

—Se fue, hijo; se fue muy lejos. Ahora a dormir.

—¿Adónde se fue, mamá?

—A América, hijo; a ver si te duermes.

—¿Dónde está América?

—Al otro lado del mar. Muy lejos.

—¿Y por qué se fue el tío Enrique a América?

—¿Es que no te vas a dormir en toda la noche, hijo?

—¿Es que era malo?

—¿Quién?

—El tío Enrique. ¿Por qué era malo?

—No era malo, hijo. Quiero que te duermas, ¿eh?

—¿Por qué dice la abuela que era malo?

—Voy a apagar la luz, y no quiero oír una palabra más. Buenas noches, hijo, que descanses.

Mi madre y el tío Enrique debieron ser los dos hermanos que se querían. Eran el mayor y la menor separados, como las riberas de Italia, por una cordillera de hermanas huesudas y tiesas que les cerraba la vista y apenas les dejaba moverse. Pasando por alto las locuras que debió cometer el tío Enrique y la serie de complicaciones en que debió meterse —y que al llegar a un punto de ebullición debieron obligarle a abandonar su propio hogar—, lo cierto es que fueron las únicas personas de aquella familia que quisieron vivir con un poco de alegría: eran los únicos, ya de niños, que se escapaban de la casa, se iban a la



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