Nunca la nada fue tanto by Javier Nart

Nunca la nada fue tanto by Javier Nart

autor:Javier Nart [Nart, Javier]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Crónica, Ciencias sociales, Comunicación, Memorias, Viajes
editor: ePubLibre
publicado: 2003-04-30T16:00:00+00:00


MACÍAS, UN TIGRE DE PAPEL PARA UN EXILIO DE COÑA

Mi impresión sobre los cantamañanas del exilio ecuatoguineano se afianzó cuando visité la «cárcel» del búnker. Allí me habían referido, y era cierto, haberse cometido los mayores excesos, aberraciones que imaginarse pueda con las víctimas que irracionalmente escogía la locura de Macías. Porque todos los ecuatoguineanos eran culpables de algo, incluso los inocentes.

Pobres gentes a las que obligaba, a palos, a segar las duras y altas hierbas con los dientes. Sodomizados ellos «a pelo» o con palos, y ellas salvajemente violadas. Despedazados vivos. Desventrados. Arrancados los ojos, o la lengua, o las orejas, o la nariz.

O todo.

Yo había imaginado una cárcel de celdas mínimas, sofocantes. Pero con muros y puertas enrejadas. Una cárcel «como Dios manda» (si Dios puede mandar cosa semejante), de la que la fuga fuera razonablemente imposible. Y bien guardada, con suficientes carceleros para tanto preso.

Pero no. El «Auschwitz» maciista era una simple estructura de chapa ondulada en semicilindro cuyas paredes no llegaban a hundirse en el suelo, quedando unos tres dedos de separación entre el metal y la tierra. Porque tierra pisada había en el suelo, que no cemento. En algunos lugares, incluso, el desnivel del terreno casi permitía el paso de una persona arrastrándose.

Y el «cuerpo de guardia» era una mínima sombrilla de paja bajo la que podían guarecerse de lluvias o soles no más de cuatro carniceros/carceleros.

Y, Gabón, la libertad total, a menos de un kilómetro. Insisto.

Y, allá, pacientemente veían, oían, la violación de la esposa o la hija, los apaleamientos, las torturas de parientes o compañeros de infortunio. Gentes que eran sádicamente asesinadas entre alaridos y gritos insufribles. Palizas cotidianas, agresiones sexuales continuas.

Y un centenar de presos, como ovejas al matadero, pasivamente esperando su turno. Sin intentar morir matando o matar muriendo. Ochenta/cien contra cuatro/cinco, sin intentar la más fácil de las fugas.

¡Qué país, qué paisaje y, sobre todo, qué paisanaje!

Por la noche, cumplida nuestra «histórica» misión de liberación nacional y con el sentimiento del deber cumplido, nos reunimos en Mongomo alrededor de tropecientas botellas de cerveza y la comida que, no sé cómo, afanaron los alféreces.

Uno de aquellos esforzados oficiales era capaz de abrir las botellas de cerveza china de dos en dos ¡¡y con los dientes!! Fue la mayor proeza de toda la campaña. Medalla segura.

Macías, huido con sus fieles Bienvenido Miche y Adolfo (no Hitler sino Nguema, que venía a ser lo mismo), rondaba la zona rodeado de su guardia personal. Así lo decían los vecinos de Mongomo que juraban haberlo visto.

Y entonces Pablo comenzó a cantar en voz alta:

—Uno, dos, tres, cuatro y cinco, el comisario seis, los tres chóferes nueve, y nosotros trece. Estamos todos. Entonces ¿quién coño vigila por si viene Macías?

Uno de los genios militares contestó:

—Imposible, el «hombre» por la noche se convierte en tigre y es invisible.

Definitivo. ¿Quién contesta a ese argumento?

—Pasa la botella, compa.

En ocasiones la única alternativa es la de los borrachos fracasados, beber para olvidar.

Para Pablo la experiencia chado-guineana le fue más que suficiente.



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