Nunca juegues con un bandolero by Silvia García Ruiz

Nunca juegues con un bandolero by Silvia García Ruiz

autor:Silvia García Ruiz [García Ruiz, Silvia]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Romántico, Histórico, Erótico
editor: ePubLibre
publicado: 2020-05-06T16:00:00+00:00


* * *

Miguel apretaba con fuerza sus puños frente a la puerta cerrada detrás de la que ese chico lloraba tan desconsoladamente como una mujer. Repasaba en su cabeza las imágenes de lo sucedido, una y otra vez, tratando de imaginar de qué otra manera podría haber actuado para hacerle menos daño a ese chiquillo, pero había mucha diferencia entre lo que deseaba hacer y lo que realmente podía hacer una persona como él.

Si hubiera cedido a su rabia, habría matado a esos tres despreciables tiparracos a latigazos y arrojado a un hoyo sus cadáveres como la basura que eran. Pero él no era un bandido como aquellos a los que ese joven estaba acostumbrado. Su título le concedía ciertos privilegios, pero a la vez limitaba sus posibilidades de acción.

Si él cometía algún delito grave, podía encontrarse con que sus tierras le fuesen expropiadas, y todas las familias que tenía a su cargo correrían una suerte incierta bajo el mando de un nuevo señor, que podía ser tan flexible y justo como él, o no.

El conde había aprendido a jugar con las reglas que los nobles ponían sobre la mesa, y si algo le había enseñado su frío padre era cómo retorcer esas reglas para su propio beneficio. Y a pesar de ello, en ocasiones era duro mostrarse como ese implacable líder que guiaba con mano firme a otros, porque, aunque escogiera la salida más acertada, no muchos lo entenderían y acabarían maldiciendo su nombre, como en esos momentos hacía ese muchacho.

La jovial mano de un hombre que nunca perdía la sonrisa se posó sobre uno de los hombros de Miguel y, como si intuyera que en esos instantes necesitaba su apoyo, con una broma superficial y un despreocupado comentario lo sacó de los duros pensamientos con los que se fustigaba.

—En ocasiones yo también me he visto llorando tan desconsoladamente como ese muchacho ante la mera idea de tener que soportar tu presencia en mi hogar, amigo mío —bromeó Adrian—. ¿Se puede saber qué le has hecho a ese rebelde rapaz si tan sólo hace un par de días no dejaba de amenazarte y de maldecirte a cada paso que daba?

—Tuve que aplicarle un castigo —le confesó a su cuñado, sintiéndose culpable una vez más.

—Bueno, unos azotes en el trasero nunca han hecho mal a nadie, aunque debo advertirte que yo recibí muchos por parte de Alfred en mi niñez y ninguno de ellos me enderezó o me hizo cambiar de opinión sobre mis rebeldes acciones.

—Tuve que fustigar su espalda con mi látigo —le aclaró Miguel, haciendo que Clive se tensara ante sus palabras, sin duda a causa de algún amargo recuerdo de su infancia en los barrios bajos londinenses sobre los que en la actualidad él gobernaba.

—¿Por qué? —exigió saber Clive, mostrándole su descontento por su manera de proceder.

—O lo castigaba yo o lo hacía el despreciable noble al que insultó —reveló Miguel, enfrentándose a esos ojos que seguramente lo condenarían. Sin embargo, para su sorpresa, el duro gesto



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