Nueve reglas que romper para conquistar a un granuja by Sarah MacLean

Nueve reglas que romper para conquistar a un granuja by Sarah MacLean

autor:Sarah MacLean
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Romántico
publicado: 2010-12-31T16:00:00+00:00


Capítulo 14

—¡No! ¡No! ¡Non!

—¡Señorita Juliana, las damas deben resultar exquisitas cuando bailan! Y usted me mira los pies continuamente.

Mientras el profesor de baile gritaba aquellas ofensas, Callie se acercó a los amplios ventanales, de suelo a techo, de Ralston House para ocultar una sonrisa. Puede que aquel hombrecillo francés fuera el profesor que más aborrecía Juliana, pero era uno de los mejores bailarines de Inglaterra; los dos sostenían opiniones contrarias sobre la importancia que la danza tenía en la vida de una joven, y Callie tenía la sospecha de que la joven señorita Fiori disfrutaba irritando a su maestro.

—Mis disculpas, monsieur Latuffe —dijo Juliana, aunque su tono indicaba que no lo lamentaba en absoluto—. Solo intentaba saber dónde estaban sus pies para no pisarle.

El maestro de danza agrandó los ojos.

—¡Señorita Juliana! Eso es algo que no se debe mencionar siquiera. Si le llegara a ocurrir algo tan horrible, le aseguro que su pareja no lo notará. Las damas son ligeras como la brisa.

La carcajada de Juliana poseía una nota de incredulidad y casi provocó en Latuffe un ataque de histeria. Callie se cubrió la boca para contener la risa que amenazaba con escapársele y por consiguiente, arruinar su imagen como observadora imparcial.

Había estado supervisando la lección desde un sofá en el extremo más alejado del salón de baile durante casi una hora, pero como Juliana y monsieur Latuffe habían ensayado los pasos de varios tipos de baile, entre ellos los de la contradanza y el minué, la paciencia de ambos estaba a punto de agotarse, y Callie se veía incapaz de ocultar la diversión ante sus discusiones. Adoptando lo que esperaba que fuera una expresión neutral, se volvió hacia el profesor y la alumna.

El francés se paseaba por el salón de baile agitando los brazos violentamente en el aire, en dirección al piano, donde el pianista que tocaba la melodía parecía un tanto inseguro. Poniéndose una mano sobre el corazón y otra sobre el borde del piano, Latuffe respiró hondo varias veces sin dejar de mascullar en su idioma natal. Callie no pudo evitar curvar los labios, segura de haberle oído maldecir a Gran Bretaña, a las mujeres italianas y a las contradanzas. Tuvo que reconocer que lo último le produjo bastante sorpresa; Juliana debía de resultar una dura prueba si incluso insultaba a sus amados bailes.

Callie se acercó a Juliana y observó sus ojos azules, que parecían brillar de exasperación.

—Solo quedan veinte minutos —le susurró con una amplia sonrisa—. Intenta no hacerle sufrir demasiado.

—Espero que te des cuenta de que hago esto solo por ti —respondió Juliana entre dientes.

Callie le apretó el brazo.

—Algo que te agradeceré eternamente.

Juliana se rió disimuladamente justo cuando el profesor se daba la vuelta bruscamente.

—No importa —dijo con firmeza—. Ahora nos dedicaremos al vals. Estoy totalmente seguro de que incluso una señorita como usted respetará el vals.

Juliana entrecerró los ojos.

—¿Una señorita como yo? —susurró, mirando a Callie.

Cuando el francés arrastró entre sus brazos a una sorprendida Juliana, con una fuerza que parecía desmentir su pequeño tamaño, fue el turno de Callie de reírse disimuladamente.



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