Nueva Dimensión 24 by AA. VV

Nueva Dimensión 24 by AA. VV

autor:AA. VV. [AA. VV.]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Relato, Ciencia ficción, Fantástico, Ensayo, Crítica y teoría literaria, Publicaciones periódicas
editor: ePubLibre
publicado: 1971-01-01T00:00:00+00:00


* * *

Spallner condujo lentamente hacia el centro.

—Quiero llegar allí —se dijo a sí mismo—, vivo.

No obstante, no se sorprendió demasiado cuando el camión salió de un callejón, directo hacia él. Se estaba felicitando por su agudo sentido de la observación y pensando en lo que diría en el departamento de policía, cuando el camión hizo impacto contra su coche. Lo más molesto del asunto era que en realidad no era su coche. Se sintió preocupado mientras era lanzado de aquí a allá, pensando: Qué vergüenza, Morgan me ha dejado su otro coche durante unos días hasta que el mío esté arreglado, y hete aquí que vuelvo a las andadas. El parabrisas golpeó su rostro. Fue echado hacia delante y atrás por varios tirones fulminantes. Luego se detuvo todo movimiento y cesó todo ruido y sólo quedó el dolor.

Oyó sus pasos corriendo y corriendo y corriendo. Trasteó la puerta del coche. Hizo clic. Cayó atontado sobre el pavimento y quedó yacente, con la oreja aplastada contra el asfalto, escuchándoles llegar. Era como una gran tormenta con muchas gotas, gruesas, medianas y pequeñas, cayendo a tierra. Esperó unos segundos y oyó cómo se acercaban y llegaban. Luego, débil, expectantemente, movió su cabeza hacia arriba y miró.

La muchedumbre estaba allí.

Podía oler sus respiraciones, la mixtura de olores de mucha gente sorbiendo y sorbiendo el aire que un hombre necesita para vivir. Se acumularon y empujaron y sorbieron y sorbieron todo el aire de alrededor de su rostro jadeante, hasta que trató de decirles que se echasen atrás, que estaban creando un vacío a su alrededor. Le sangraba la cabeza de mala manera. Trató de moverse y se dio cuenta de que algo iba mal con su columna vertebral. No había notado demasiado el impacto, pero su columna estaba dañada. No se atrevía a moverse.

No podía hablar. Abrió la boca, pero no salió de ella más que un jadeo.

Alguien dijo:

—Échenme una mano. Le daremos la vuelta para ponerlo en una postura más confortable.

El cerebro de Spallner estalló.

—¡No! ¡No me muevan!

—Lo moveremos —dijo la voz, sin darle importancia.

—¡Idiotas, van a matarme, no lo hagan!

Pero no podía decir nada de esto en voz alta. Sólo musitarlo.

Las manos lo aferraron. Empezaron a alzarlo. Gritó y la náusea le hizo ahogarse. Lo estiraron dejándolo en una rigidez agónica. Lo hicieron dos hombres. Uno de ellos era delgado, pálido, alerta, un hombre joven. El otro era muy viejo y tenía el labio superior arrugado. Había visto sus rostros ya antes.

Una voz familiar preguntó:

—¿Está… está muerto?

Otra voz, una voz memorable, respondió:

—No. Aún no. Pero lo estará antes de que llegue la ambulancia.

Era todo un plan loco y estúpido. Como cada accidente. Gimoteó histéricamente ante el sólido muro de rostros. Estaban rodeándolo completamente, aquellos jueces y jurados cuyos rostros había visto antes. Entre su dolor, contó los rostros.

El muchacho pecoso. El viejo del labio superior arrugado.

La mujer pelirroja, de mejillas demasiado coloreadas. Una vieja con un lunar en su barbilla.

—Sé para que están aquí —musitó—. Están aquí como están en todos los accidentes.



descargar



Descargo de responsabilidad:
Este sitio no almacena ningún archivo en su servidor. Solo indexamos y enlazamos.                                                  Contenido proporcionado por otros sitios. Póngase en contacto con los proveedores de contenido para eliminar el contenido de derechos de autor, si corresponde, y envíenos un correo electrónico. Inmediatamente eliminaremos los enlaces o contenidos relevantes.