Noticias del gran mundo by Paulette Jiles

Noticias del gran mundo by Paulette Jiles

autor:Paulette Jiles [Jiles, Paulette]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Histórico
editor: ePubLibre
publicado: 2016-04-22T16:00:00+00:00


DOCE

Le quedaban veinte balas. Sacó el tambor y recargó.

La niña regresó a su lado y él le sonrió.

—Eres un ser asombroso —le dijo.

La pequeña le agradeció el cumplido con un serio asentimiento y volvió a dirigir su atención a los enemigos.

Otro disparo de rifle y una piedra frente al capitán se rompió en pedazos como si hubiese estallado. Agachó la cabeza para protegerse de las esquirlas; en ese momento sintió un dolor eléctrico en el cráneo, un dolor nervioso, y dejó de ver por el ojo derecho. Lo frotó de inmediato y su vista se aclaró; buscó el humo. Lo vio abajo, otra vez a la derecha. Probablemente la niña había acertado al hombre con el arma corta. La corriente del arroyo borboteaba en el fondo de la garganta, brillando a tramos como si fuese de cristal. El capitán volvió a frotarse el ojo y miró la mano. Estaba manchada de sangre. Una de las esquirlas de piedra le había dado encima del ojo derecho, pero creía que la hemorragia se detendría en cuestión de un minuto.

No se podía permitir quedar incapacitado, no debía dejarse matar; sabía qué harían con la niña. Algunas personas nacían sin conciencia humana, y esas personas necesitaban matar.

Intentó pensar en cuántos estarían heridos. Puede que su disparo hubiese desajustado el cañón del Henry. También creía haber herido al hombre de la izquierda, pero no sabía de cuánta gravedad. Por su parte, Johanna había herido a otro al arrojarle encima un peñasco.

Apoyó la cabeza en los nudillos. Tenía la camisa salpicada de sangre. Meditó sus opciones. Podían salir corriendo, montarse en Pachá y huir al galope. Fancy los seguiría. Si les sacaban ventaja suficiente a Almay y sus caddos, se detendría para montar a la pequeña en la yegua, pero Fancy era una criatura muy lenta debido a la desviación de su pata delantera, lo cual hacía que tropezase con frecuencia. Podían intentar alcanzar aquella columna de humo que se veía en el horizonte.

Johanna reptó al frente y le acercó el pequeño odre de agua. El capitán rodó tumbándose de espaldas y se la echó por encima. Parte cayó por sus comisuras. Almay y sus secuaces tenían el agua del cantarín arroyo que discurría por el fondo de la garganta, pero ellos solo disponían de esa cantimplora. Se la devolvió a la niña.

Una y otra vez regresaban a su mente improductivos pensamientos acerca de por qué no había llevado más munición, de por qué no había comprado más. Porque habían abandonado Dallas en plena noche, por eso.

La niña le tendió un paño húmedo, lo cogió y se frotó la frente y el ojo. Por fortuna era el ojo derecho; él apuntaba con el izquierdo. Se trataba de un corte poco profundo, pero la esquirla de piedra parecía haber alcanzado un nervio, pues sentía un agudo dolor reptante en el cuero cabelludo. No importaba. Ya podía ver con los dos ojos. Su vista era muy buena. Esas bestias de ahí abajo creerían que estaba medio ciego por ser viejo.



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