Nosotras. Historias de mujeres y algo más by Rosa Montero

Nosotras. Historias de mujeres y algo más by Rosa Montero

autor:Rosa Montero
La lengua: spa
Format: epub
editor: Alfaguara
publicado: 2018-04-24T10:19:41+00:00


MARGARET MEAD

anidar en el viento

La antropóloga Margaret Mead es un personaje monumental, una de las grandes mujeres del siglo XX. Físicamente, sin embargo, era muy pequeñita; a los veintitrés años apenas si medía metro y medio y tan sólo pesaba cuarenta y seis kilos. Esa edad tenía en 1924 cuando viajó a Samoa, en la Polinesia, para hacer su primer trabajo de campo. Así, tan menuda, con el pelo rizoso y corto, grandes ojos azules, gafas de empollona y cara de golfillo, Mead parecía una niña. Con el tiempo, sin embargo, engordó muchísimo. Fue un cambio prodigioso: ensanchó y se acható como una croqueta. Desde que en 1960 se rompiera una pierna, Margaret llevaba siempre consigo una larga horquilla de castaño. Viéndola en las fotos de esa época, redonda y pigmea hasta lo inverosímil y blandiendo su primitiva vara, la antropóloga parece un personaje de cuento de hadas: un gnomo, una bruja gruñona pero bondadosa, una hechicera arcaica. Una criatura no del todo humana, en cualquier caso, a medio camino entre el chiste y la leyenda.

Cabría preguntarse el porqué de una mudanza tan notable: las causas ocultas, qué le pasó por dentro. Hay personas que, con el transcurrir de la vida, simplemente envejecen; otras, más sabias o más afortunadas, van madurando; otras, por el contrario, se pudren, y aun otras, en fin, se desbaratan; y todos estos procesos tienen a menudo un claro reflejo en el aspecto físico. Pues bien, se diría que después de cumplir los cincuenta años, tras su tercer divorcio y su consagración como figura pública, a Margaret Mead se le perdió una pieza de su propio rompecabezas y ella misma se fue deshaciendo poco a poco.

Pero a saber de qué pieza se trataba. Margaret Mead es un personaje complejo, secreto, contradictorio, de una enormidad irreductible a explicaciones fáciles. Si hay algo claro en ella (casi todo es confuso) es la velocidad a la que vivía. Corría por la existencia como si huyera de algo: se levantaba todos los días a las cinco de la mañana y antes de llegar a su despacho del Museo Americano de Historia Natural ya había escrito 3.000 palabras. Hizo 39 libros, 1.397 artículos y 43 obras filmadas o grabadas, y llevó a cabo una quincena de estudios de campo en lugares remotos. Pero además, y entre otras cosas, dio clases en diversas universidades, trabajó treinta años como conservadora del museo, participó en todo tipo de conferencias, dirigió el Comité de Hábitos Alimenticios (organismo oficial que luego se convirtió en la UNESCO), concedió tantas entrevistas como una actriz de Hollywood, se casó tres veces y para colmo tuvo una hija, Catherine Bateson, también antropóloga, a la que estudió estrechamente como si fuera una cobaya: «Nunca vivimos simplemente», cuenta Catherine en un libro sobre sus padres, «siempre estábamos reflexionando sobre nuestras vidas».

Mead padecía, en suma, una especie de horror vacui, un verdadero pánico al vacío: no podía soportar que le anularan súbitamente un compromiso previo, una clase, una cita, y encontrarse de repente con un par de horas libres (un desierto aterrador e intransitable).



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