Noches en hollywood by James Ellroy

Noches en hollywood by James Ellroy

autor:James Ellroy [Ellroy, James]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: - Divers
ISBN: 9788466638449
publicado: 2009-08-24T16:00:00+00:00


MARQUE AXMINSTER 6—400

Ellis Loew llamó con los nudillos a la puerta de cristal granulado que separaba Citaciones del DPLA de la Oficina del Fiscal de Distrito. Davis Evans, que dormitaba en su asiento, murmuró:

—¡Qué cabrón!

—Es su llamada del círculo de colegas de facultad. Será un favor personal o una reprimenda.

Davis asintió y se puso en pie despacio, como correspondía a un hombre con veinte años y dos días de servicio y una pensión de funcionario asegurada tan pronto dijera las palabras: «Que te jodan, Ellis, me jubilo.» Se alisó la camisa de cuadros, se ajustó el nudo de la corbata hawaiana, se subió la cintura de los pantalones negros relucientes y se limpió las solapas de la chaqueta de pelo de camello que le había robado a un macarra negro en el calabozo de Lincoln Heights.

—Si el chico quiere un favor, pagará como un cabrón.

—¡Blanchard! ¡Evans! ¡Estoy esperando!

Entramos en el despacho del ayudante del fiscal y lo encontramos sonriendo, lo que significaba que estaba ensayando para la prensa o preparándose para lamer algún culo. Davis me dio un codazo mientras nos sentábamos y luego dijo:

—Eh, señor Loew, ¿cuál es el animal que es dos veces animal?

La sonrisa de Loew se mantuvo impertérrita; estaba claro que quería un favor muy grande.

—No lo sé, sargento. ¿Cuál?

—La puta, que además de zorra, cobra. ¡Qué cabrón!

Loew soltó su risilla de «vaya, hombre, bien pillado».

—Sí, es tan simple que hasta tiene cierta gracia. Bien, el motivo de que...

—¿Qué le dice la pierna de una puta a la otra pierna cuando la puta se muere?

La sonrisa de Loew se expandió en una serie de desagradables tics faciales.

—No... lo... sé. ¿Qué?

—¡Por fin juntas! ¡Jaaa! ¡Qué cabrón!

La Hora del Chistoso había llegado suficientemente lejos.

—¿Quería algo, jefe? —intervine.

Davis rio a carcajadas, como si mi pregunta fuese el auténtico golpe del chiste; Loew borró los restos de sonrisa de su expresión con un pañuelo.

—Sí. ¿Están al corriente de que hubo un secuestro en L.A. hace cuatro días? El lunes por la tarde, en el campus de la USC.

David cortó sus risas falsas. Los secuestros eran pan comido para él; los casos en que le encantaba trabajar.

—Bien, eso me interesa, jefe. Continúe.

Loew se llevó los dedos a su insignia de la fraternidad Phi Beta Kappa mientras hablaba.

—La víctima se llama Jane Mackenzie Viertel. Tiene diecinueve años y es alumna de la USC. Su padre es Redmond Viertel, un petrolero con una buena cantidad de pozos en Signal Hill. Tres hombres que vestían chaquetas de universitarios con las letras USC se la llevaron el lunes, hacia las dos. Como es la semana en que se apuntan nuevos miembros a las fraternidades, todos los testigos pensaron que tenía relación con eso, que era un golpe de efecto de alguna de ellas. Los secuestradores llamaron al padre aquella noche y le expusieron las condiciones: cien mil dólares en billetes de cincuenta. Viertel reunió el dinero, pero luego se asustó y acudió al FBI. Los tipos volvieron a llamar y establecieron el canje para el día siguiente, en un campo de irrigación cerca de Ventura.



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