No voy a caer en la tentación ni a empujones by Rose Gate

No voy a caer en la tentación ni a empujones by Rose Gate

autor:Rose Gate [Gate, Rose]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Romántico, Erótico, Humor
editor: ePubLibre
publicado: 2021-01-31T16:00:00+00:00


Capítulo 18

Menchuconsejo:

«De ningún laberinto propio se sale con llave ajena»

Lucía

«Vamos, Lucía —me animé—, olvídate de patrones mentales antiguos, ahora toca ir a por nuevos retos. Estás más que lista para recibir tu primera clase de esquí». Bueno, si te soy sincera, mentí en eso… Esa no era la primera, aunque me habría gustado que lo fuera.

Tuve mi primer apasionante encuentro con la nieve a los trece, cuando en el cole decidieron hacer unas colonias a la Molina para aprender a esquiar y yo quise impresionar a Eric Navarro lanzándome por una pista roja sin apenas saber abrocharme una bota.

Yo, una entusiasmada del polvo blanco, que solo lo había visto en los anuncios de la tele y encima de las ensaimadas en forma de azúcar glas, no dudé en inscribirme. Me las daba de tener muy buen equilibrio, no en vano, me pasaba el día montada sobre unos patines de línea. Tan difícil no podía ser subirse a un par de palos y dejarse deslizar.

Error. Mi exceso de autoestima y de pavoneo me llevó a jugar una partida de bolos en plena pista, donde yo era la bola que bajaba sin control y una panda de jubilados, mi objetivo a derribar.

Tras llevarme a unos cuantos por delante, emprendí mi huida de la ley montaña abajo, no porque no quisiera enfrentarme a la justicia, sino por no ser capaz de detenerme. Juro que intenté la frenada en cuña, pero a mí solo se me daba bien la cuña del queso y, cuando creí lograrlo, a mis esquís les dio por aparearse uno encima del otro. Mis esfuerzos por desmontarlos me llevaban directa a la hostia de mi vida. Escuché a la gente gritar: «¿Por qué no para?». Y yo solo tenía ganas de contestar: «Porque a esta mierda se olvidaron de colocarle los frenos».

Entonces lo vi, justo delante de mí, un pino del tamaño de la torre Agbar que me miraba, retador.

«¡Aparta!», le grité. Pero, claro, es lo que tienen los árboles, que echan raíces y luego no hay quien los mueva.

Mi mente iba a mil. «El árbol, que me como el árbol. Ay, que estos chismes no obedecen, ¿qué hago?». Como quien deshoja margaritas, mi mente empezó a elucubrar: «¿Pino o suelo? ¿Pino o suelo? ¿Pino o…?». En el último instante, me decidí. «Suelo, revolcón y tobillo fisurado».

Regresé a casa con casi una rotura, la moral pisoteada y un vídeo conmemorativo de mis compañeros de clase partiéndose el culo junto a Eric Navarro, quien buscaba consuelo por mi caída en la boca de Natalia Guzmán. Daba igual si yo me comía las lágrimas más empolvada que una peluca del siglo diecisiete y una postura para nada renacentista.

Ahora, como mujer que resurge de sus cenizas, estaba dispuesta a pasar página. Me dije a mí misma que no importaba el pasado, aquello solo fue un escollo en el camino —o una bajada demasiado empinada para el nivel que tenía—, y que, si quería deslizarme como un cisne sobre las aguas de un lago, me tocaba afrontar mis inseguridades y salir victoriosa de ellas.



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