No te comprometas by Corín Tellado

No te comprometas by Corín Tellado

autor:Corín Tellado [Tellado, Corín]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Romántico
editor: ePubLibre
publicado: 1978-12-31T16:00:00+00:00


VIII

Guardaron silencio ambos.

Parecían algo cortados.

Como no sabiendo qué decirse y, sin embargo, teniendo tanto que discutir.

Pero es que Karo no se atrevía a herir a Adolfo.

Y Adolfo no se atrevía a romper aquel silencio.

Fue ella, al fin y al cabo, más decidida.

—Leo es un buen chico. Lo es, pero no ya para mí. De todos modos te hago la misma pregunta. ¿Esperas para mí un príncipe encantado?

—Un hombre —dijo él.

Y su voz era ronca.

—¿Cómo tiene que ser ese hombre que sea de tu agrado y a la vez del mío?

No lo sabía.

Ojalá lo supiera.

Lo que sí sabía es que ninguno le gustaba lo suficientemente para ella.

—¿Me crees demasiado exigente para ti?

—Mucho. En exceso.

—¿Tú te has enamorado de alguno de tus amigos?

La joven suspiró.

—¿Me has dado tiempo?

Cierto.

No se lo había dado.

Era como si le infundiera miedo.

Miedo de que se la llevara un ente que no supiera hacerla feliz.

Después de todo, ¿por qué tenía que importarle tanto a él?

No lo sabía, pero lo cierto es que le importaba.

Era su hermana, ¿no?

Lo era.

Él la quería con todas las fuerzas de su ser.

Es más, se pasaba el día pensando en ella, en su felicidad, en la seguridad de la vida sentimental de Karo.

Si pudiera dejar de pensar en ella…

Pero no podía.

Dobló el periódico y se le quedó mirando tibiamente.

Era lo que más conmovía a Karo.

Aquella mirada cálida.

Honda, expresiva.

Emotiva.

¿Reñir con él cuando aquella mirada la desarmaba?

No le era posible.

Es más, si lo que ella sentía en aquellos momentos era tirarse en sus brazos y quedarse quieta, refugiada en ellos.

Silenciosa.

Como si pidiera algo.

¿Pero qué podía pedirle?

Nada. Concreto, nada.

Ni reprocharle tampoco.

—Karo… ¿qué me dices?

¿Decirle?

No sabía qué.

Toda la noche pensando en lo que iba a decirle y, de repente, su mente se hacia como una laguna.

—No lo sé, Adolfo.

—Era sobre ese chico de la barba.

Como todos los anteriores.

Como, tal vez, los que llegaran después.

¿Y qué?

Nada.

O todo…

—Karo… estamos solos, dime lo que piensas.

Es que no pensaba.

No podía pensar.

Hubiera deseado hacerlo.

Desmenuzarlo todo.

Pero… ¿todo qué?

Nada.

—Karo, ¿tan ruin fui?

—No, no…

Y es que no se atrevía a dañarlo. A herirlo.

Se hería a sí misma.

Se levantó y aplastó la punta del cigarrillo en el cenicero.

—Karo, ¿tanto te interesaba ese chico?

Nada.

O tal vez algo.

Pero en el fondo sentía que nada.

—No —dijo quedamente—. No es eso, Adolfo.

—¿Entonces qué es?

—Que un día —se atrevía a enfrentarse con el asunto—, que un día me interese alguien en particular…

—¿Y qué temes?

—Que no te guste a ti para mí.

Sabía que nadie iba a gustarle.

¿Por qué razón?

Era de lo que escapaba.

De aquella respuesta.

—Pido tanto para ti…

—¿Por qué? ¿No soy como las demás mujeres?

—No.

—¿No?

Y su mirada se fijaba en él ávida.

Adolfo sonreía.

Su cálida y emotiva sonrisa.

—No todos los hombres valen para ti, Karo.

—¿Es que soy diferente a todo el mundo femenino? Lo dijo.

Con firmeza:

—Para mí, sí.

Quedó cortada.

No sabía cómo considerar aquello.

¿Merecía la pena considerarlo de algún modo?

—Adolfo…, ¿por qué?

Él hizo un gesto vago, confuso.

—No lo sé.

Y se quedaron los dos callados.

Sumidos cada cual en sus reflexiones.

¿Coincidían ambas reflexiones?

Él se levantó y le ofreció de nuevo la cajetilla abierta.

* * *

No tomó un nuevo cigarrillo.



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