No tan lejos como Velma by Nicolas Freeling

No tan lejos como Velma by Nicolas Freeling

autor:Nicolas Freeling [Freeling, Nicolas]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Policial
editor: ePubLibre
publicado: 1989-04-07T16:00:00+00:00


VIII

—DE modo que Annunziata es una terrible comunista —dijo Castang echándose a reír—. No es tan malo para ella, a pesar de que eso casi le costó el pescuezo. Quizá sea peor para usted.

El obispo estaba sonriendo también. ¿Triste? ¿Poco convincente? No, solo era una sonrisa. Cansada, quizá.

—¿Conoce usted la famosa frase de Dom Helder Camara?

—¿Quién es? El nombre me suena familiar, pero…

—Es un arzobispo. Del noreste de Brasil. En una gran zona. Es un hombre notablemente pobre, y también destacado. La frase dice: «Cuando me preocupé por ellos por ser pobres, todos dijeron que yo era un santo. Cuando pregunté qué los convertía en pobres, todos dijeron que yo era comunista». La totalidad de la tierra y el dinero se encuentra en manos de los propietarios de las grandes estancias. Si los campesinos forman una cooperativa, organizan cualquier protesta, se preguntan en voz alta de dónde va a venir la siguiente comida, los estancieros envían contra ellos a sus ejércitos privados, que romperán unos pocos dedos de los pies y las manos, destrozarán algunas rodillas y codos, cegarán a unos pocos hombres, violarán a unas pocas mujeres, incendiarán unas pocas chozas, desentrañarán a unos pocos niños. Solo pour encourager les autres. A los clérigos que tienen la imprudencia de sugerir que quizá esas no sean las formas de la justicia divina, se les observa con el ceño fruncido. Recordará el nombre de monseñor Romero, en El Salvador. Yo mismo tengo problemas para saber dónde están esos países americanos. Lo asesinaron en su propia catedral, por haber abierto con obstinación su estúpida boca, y haber despreciado de un modo persistente los consejos de la prudencia, emitidos por el Vaticano y el embajador de Estados Unidos. No creo que haya nadie dispuesto a asesinarme a mí, no se haga a la idea de que me considero tan importante.

—Y los terratenientes son excelentes católicos —dijo Castang con lentitud—, van a misa todos los domingos, todas sus hijas son Hijas de María, y hacen grandes contribuciones al erario privado del papa.

—Castang, no quiero que me vea usted como una especie de descontento gruñón. Yo también creo que hay que llevar mucho cuidado, mientras estemos en la retaguardia, para evitar expresiones excesivamente críticas acerca de quienes están en la vanguardia. No me importan gran cosa muchos de los puntos de vista del papa, pero recuerde que estoy obligado por votos de obediencia, lealtad y discreción. Lo mismo que Annunziata. Y puedo darle una pequeña conferencia sobre las finanzas del Vaticano, si lo cree necesario. Hay muchas ideas equivocadas.

—Mi esposa me ha enseñado un poema. Es muy corto, pero a pesar de ello me las he arreglado para olvidar la mayor parte del mismo. Fue escrito por un muchacho inglés en las trincheras del catorce al dieciocho. Lo escribió casi aquí al lado. Un joven educado y sensible. Se hizo preguntas sobre los héroes de la antigüedad. «¿Fue tan duro, Aquiles? ¿Fue tan duro morir?».

—«Permanece en la trinchera, Aquiles» —dijo el obispo con suavidad—. «Coronado por las llamas, y grítame».



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