No me ocultes tus penas by Corín Tellado

No me ocultes tus penas by Corín Tellado

autor:Corín Tellado [Tellado, Corín]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Romántico
editor: ePubLibre
publicado: 1980-12-31T16:00:00+00:00


IX

Y de repente en aquel silencio que solo interrumpía la lluvia al azotar los cristales, y pegar con fiereza en el tejado, erguida absorta, desnuda ante un espejo del ropero, oyó el prolongado timbrazo.

Un raro estremecimiento la sacudió y miró como aturdida en torno a sí buscando una bata.

Podía ser algún cliente o Jim que traía a Bruce de casa de los Newton, pero también, sin lugar a dudas, podía ser Thomas Newton en persona.

Y esta evidencia puso en ella una súbita precipitación. Así que asió una bata de felpa, tipo toalla, de color rosa muy pálido, y se la puso atándola a la cintura sobre su mórbida desnudez.

No podía escapar del deseo de Tom como si fuera una atemorizada colegiala.

Ella no estaba dispuesta a compartir sus deseos, ni a enfrentarse de nuevo con una realidad pasional que había vivido en su día y no estaba dispuesta a ceder por ella su libertad.

Por otra parte, no deseaba sufrimientos. No los soportaría de nuevo, y amar era sufrir.

Dar rienda suelta a sus sentidos y comprobar así si aún estaba viva, podía ocurrir. Pero compartir amores y una vida física y sentimental, e incluso tierna, le parecía volver a empezar.

Y la vida no merece la pena ser complicada. Al menos en ella.

Ya sabía también que resultaba compleja y quizá absurda en aquella negación. Al fin y al cabo era mujer y hacía demasiado tiempo que no practicaba el amor. Podía ocurrir que al iniciarse de nuevo, se sintiera demasiado mujer y prefiriera compartirlo y era lo que realmente temía.

Miraba ante sí, con las manos caídas a lo largo del cuerpo.

Aún tenía el cabello húmedo y la bata, atada a la cintura, perfilaba su mórbida esbeltez. Sus pies se perdían en chinelas de tacón bajo, abiertas por atrás.

Sus grises ojos tenían un aleteo.

«No me ocultes tus penas».

¿Las tenía?

Las había tenido, pero el tiempo, la vida, otros cariños, el de Bruce, por ejemplo, las habían disipado, y volver a empezar le resultaba odioso.

Odioso por las complicaciones que podía acarrear el sufrimiento.

El timbre seguía sonando y Kelly pensó que debía abrir. Enfrentarse a la realidad.

Thomas Newton era un tipo poderoso. Sencillo dentro de su misma personalidad. Humano pese a su fracaso sentimental.

¿Por qué tenía que haber ido ella a dar a aquella comarca, después de haber vivido más de siete años en sus más íntimas soledades? Pero la comarca en sí era lo de menos, lo demás era un hombre concreto, un Thomas terco, apasionado, absorbente y posesivo.

Salió del cuarto y en una semipenumbra avanzó hacia la puerta de la calle.

Era una casa baja, de una sola planta y tenía una verja pintada de verde que separaba un pequeño jardín de la entrada, con un porche que goteaba en aquel instante y producía un ruido seco, como hueco, al caer en las losas que cubrían el suelo.

No podía ser Jim, el chófer de los Newton, porque con aquella noche (aún atardecer, oscuro por la súbita tormenta). Bruce se quedaría en la granja.

No era la primera



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