Navigatio by Javier Gonzalez

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autor:Javier Gonzalez
La lengua: es
Format: mobi
Tags: sf_detective
publicado: 2010-08-20T23:00:00+00:00


Fue al doblar un recodo del jardín en el que se había transformado aquella antigua cantera de malaquita, cuando comenzaron a ver tumbas judías. Estaban excavadas en la piedra viva,[33] en las catas de la pedrera abandonada.

Mernoc comenzó a aminorar su paso, como si empezara a salir de un sueño, dejándose dominar por un negro presagio. Fue Odran quien distinguió el sepulcro abierto y aislado del resto de tumbas.

Los rumores habían llegado a oídos del pretor, que tenía espías por toda la ciudad, en aquella mañana del tercer día de la ejecución de Jesús. Le intrigaba que Casio no hubiera acudido a informarle puntualmente de lo ocurrido. Estaba preocupado, no tanto por la suerte que hubiera podido correr el oficial, sino por saber de primera mano lo que había ocurrido en el sepulcro donde descansaba el cuerpo del crucificado que él mismo había ordenado custodiar.

Según sus informantes, dos noticias se solapaban y contradecían. Una alegaba que Jesús había resucitado de entre los muertos, como él mismo había anunciado. La otra que sus discípulos habían robado el cadáver del ajusticiado. Esta última estaba siendo propagada con insistencia por el entorno de los sacerdotes.

—El enviado de Caifás está en la puerta, excelencia —le anunció uno de sus centuriones.

Poncio Pilato salió al patio de la fortaleza Antonia. La novena cohorte estaba allí formada. Los centuriones hicieron sonar sus silbatos de órdenes, y las seis centurias se pusieron en posición de firmes con estruendo, haciendo rechinar sus sandalias claveteadas en el empedrado, entrechocando sus armas.

Formaban con todo su equipo reglamentario, escudos, gladios y pilums ligeros y pesados. Sus cascos y armaduras de cota de malla, formadas por gruesos anillos de hierro entrelazados, habían sido bruñidos con esmero y brillaban radiantes y amenazadores bajo el sol de Judea aquel diez de abril del año decimoquinto del imperio de Tiberio César.

Los centuriones, ahora al frente de cada una de sus centurias, habían hecho un buen trabajo.

Para alguien que no estuviera muy informado de su historial, la novena cohorte de la XII Fulminata parecía una perfecta y entrenada máquina de matar.

No pudo evitar sentir orgullo y añoranza de ver flamear por la suave brisa el estandarte grana que portaba el vexillarius, la loba capitolina amamantando a Rómulo y Remo, bordados en oro sobre el nombre de la legión a la que pertenecía su unidad.

Cuánto deseaba volver a Roma.

Dos soldados escoltaron al sacerdote del Sanedrín a su presencia. El hombre se paró unos pasos antes de situarse junto al pretor, parecía impresionado por el espectáculo que le ofrecía la parada militar. Exactamente tal como deseaba Pilato.

El religioso, con una servil inclinación de cabeza, y sin dejar de mirar a la amenazante tropa, le entregó un mensaje del sumo sacerdote Caifas.

Había tenido la sibilina deferencia de enviarle su mensaje escrito en latín, en vez de en hebreo, para que no cupiese una mala interpretación en las traducciones del contenido de su epístola.

El pretor leyó rápidamente el escrito, en el que el sumo sacerdote le informaba de que el sepulcro de Jesús había sido asaltado por sus seguidores.



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