Muertes de perro by Francisco Ayala

Muertes de perro by Francisco Ayala

autor:Francisco Ayala [Ayala, Francisco]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Drama
editor: ePubLibre
publicado: 1958-01-01T00:00:00+00:00


XV

Me pregunto si hago bien en extenderme tanto y recoger tan al detalle pamplinas como éstas, aquí encerrado en mi cuarto, cuando los principales actores del cuento han muerto ya de muerte violenta, mientras la gente afuera sigue matándose con frenesí, y pende en verdad de un hilo la vida de cada uno de nosotros. Me pregunto si son dignas siquiera de la historia pequeñeces semejantes… Pero, bien pensado, creo que sí. Sobre el fondo de la situación desencadenada por ellas, anécdotas como la referida adquieren un sentido trágico; la frivolidad puede alcanzar dimensiones trágicas; puede tener el efecto de un bofetón o de un escupitajo.

Se comprenderá que no voy a recoger los infinitos ejemplos donde la vanidad de esa mujer venía disfrazada de actividades culturales, de política social, de beneficencia, de esto o de aquello, para así engañar a algunos. He tomado ese caso único, por cuanto en él se la ve muy al desnudo. Y con desnudez tan obscena, por cierto, que los dicterios del respetable público (recuerdo bien las apreciaciones vertidas en mi tertulia de La Aurora) extendían con unanimidad a su dueña la condición perruna de la pequeña Fanny. ¡Grandísima!, era el invariable estribillo de cada nueva observación. Y ¡claro que era una grandísima! Con verla bastaba: sus actitudes, su manera de mirar, su voz un poco ronca, sus risotadas sonoras, sus vestidos, su mera presencia, rezumaban liviandad, suscitando en los hombres reacciones de agresiva concupiscencia. Pero esto, por sí solo, no hubiera sido nada. Lo verdaderamente explosivo en su persona era la mezcla de tal liviandad con la ambición. Sin este último poderosísimo ingrediente, sus trapicheos, o devaneos, no hubieran sobrepasado la categoría de peccata minuta[106]; lo que los agravaba era el combinarse con aquella urgencia suya casi compulsiva, de intrigar, urdir y tramar sin pausa, mediante la cual se transformaban en fuerzas, y fuerzas demoníacas, lo que de otro modo hubieran podido llamarse sus debilidades. Echar sus redes, y envolver en ellas a todo el mundo: ése era su deporte. Ni siquiera creo que premeditara sus planes con vistas a objetivos claros; a lo mejor, sus designios se dibujaban, o se esbozaban, en el tejer y destejer, como simples ocurrencias, como antojos que decaían luego, olvidados; o bien adquirían fijeza obsesiva, en cuyo caso podía obcecarse tanto en el empeño, que ella misma quedara enredada con sus propios hilos.

Sospecho que algo de esto hubo en su lío con el secretario Requena, en el que tanto le sirvió de cómplice y encubridora su prehistórica amiga, Loreto. La muy imbécil, de todas maneras la hubiera secundado ciegamente, aun sin necesidad de que la otra lagartona explotara su delirante manía de la Presencia Maravillosa, canalizándola hacia las sesiones de espiritismo donde también captaría la voluntad del joven Tadeo. En cuanto a éste, es curioso el modo como llegó a dejarse arrastrar hasta una alianza criminosa —y, al mismo tiempo, descabellada—, que tan funesta había de ser a la larga para todos, no sólo para ellos, los autores



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