Motke, el ladrón by Sholem Asch

Motke, el ladrón by Sholem Asch

autor:Sholem Asch [Asch, Sholem]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Realista
editor: ePubLibre
publicado: 1916-01-01T00:00:00+00:00


7. El hotel “Imperial”

Un par de semanas más tarde, los saltimbanquis arribaron a otro pueblo para “trabajar”. En esta localidad ya no residieron en la carreta. Fueron a alojarse en un “hotel”, que ostentaba el linajudo nombre de “Krulewski”, que en polaco significa real o imperial. Sus propietarios eran Jaime Schpásfoiguel y su hija Dorita, joven dama regordeta, que nadie podía precisar si era viuda, divorciada o abandonada. Se sabía únicamente que era señora sin marido y que allí preferían parar los hombres de negocio y agentes viajeros de comercio, en su tránsito por la localidad. Y no sólo los forasteros gustaban encontrarse en dicho “hotel” que con su nombre corporizaba toda una regalía; los notables y figurones vernáculos dábanse cita en él en las largas noches de invierno, para jugar a las cartas. Más de una vez se comentaba la sensacional noticia de que algunos de los jóvenes padres de familia, de la selecta sociedad local, veían esfumársele la dote íntegra en una sola partida de naipes organizada en el hotel de Dorita, la mujer pizpireta. Y arreciaba el cuchicheo entre la población femenina.

—¿Qué me dice usted, señora, de la nueva víctima que ha caído en la trampa de la “reina” Dorita del hotel “Imperial”?

Y es a esta “casa real” adonde fueron a parar el viejo Matusalén, con su “cohorte” integrada por la Bruja, el Canario y la acróbata “española”, María. Motke dormía en la galera, para cuidar los caballos y demás “fieras”.

Después de finalizar su “jornada” de labor, reuníanse los saltimbanquis en su cuarto del “hotel”. Las ventanas de la habitación daban sobre un jardincito, donde había un aposento “reservado”, que los parroquianos denominaban “la cámara oscura” y era ahí, en ese “cuarto misterioso”, donde se hacían las cosas terribles que se le atribuían a Dorita.

El viejo Matusalén estaba contento de la última función que le había reportado un pingüe ingreso. Y como acostumbraba en semejantes circunstancias favorables, púsose a beber el té de su samovar[22] que llevaba consigo en su casa rodante. Luego de quitarse las botas, acomodóse, medio sentado y medio acostado, en una cama, a la que estaba arrimada la mesa. Nubes de vapor que subían de la taza que tenía delante de él, y que contenía el calentísimo té, envolvían al jefe de los comediantes, sobre cuya frente corrían gruesas gotas de sudor. Estaba de buen humor, el viejo, y fumaba su pipa, arrojando densas bocanadas de humo al aire y haciéndole intermitentes cosquillas a su consorte, la vieja Bruja, con la hornalla de su pipa, debajo de los sobacos, llamando su atención mediante guiñadas, sobre la muchacha, que estaba en un rincón untándose los pies con un aceite especial, luego de sus andanzas equilibristas sobre los cables. Con los mismos guiños señalaba también a Motke, quien alcanzaba la botella del aceite a la “españolita”.

—Estos dos forman una linda pareja. Haremos muy buenos negocios con una pareja así —comentaba Matusalén.

—Calla, que pueden oírte —protestaba la Bruja.

Entró Canario, reprendiendo a gritos a Motke:

—Tú estás aquí lo más tranquilo y allí afuera alguien puede robarnos los caballos.



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