Morir de amor by Elizabeth Lowell

Morir de amor by Elizabeth Lowell

autor:Elizabeth Lowell
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Romántico
publicado: 2018-01-03T23:00:00+00:00


El amanecer acarició a Jay con delicados dedos. Tumbado boca abajo, giró la cabeza hacia el centro de la cama.

«No ha sido el amanecer, sino Sara».

Abrió los ojos y arqueó la espalda bajo los dedos que se deslizaban por su columna, explorando sensualmente, acariciando cada vértebra.

—¿Están todas? —preguntó él con voz ronca de sueño y deseo.

—Veintidós, veintitrés, veinticuatro —murmuró ella—. De momento la cosa va bien. Las últimas nueve son más difíciles de contar, incluso con las cortinas descorridas y el sol entrando a raudales. Están fusionadas en dos secciones, las vértebras no las cortinas. Cinco en la parte baja de la espalda —los dedos se deslizaron con menos suavidad—, y cuatro en el coxis, también llamado rabadilla. A veces es más fácil contarlas si se tocan con suavidad.

El cuerpo de Jay se tensó cuando el dedo de Sara se deslizó entre las nalgas, y continuó bajando.

—Las treinta y tres, presentes y contadas —concluyó ella—. Además de dos maravillosos ejemplares de testículos, también llamados pelotas —su mano inició un lento masaje mientras ella admiraba cómo el cuerpo de Jay se tensaba, los músculos claramente definidos—. Y por último, aunque no menos importante —su mano se deslizó por debajo del cuerpo—, aquí tenemos un pene, que ya hemos concluido es una magistral obra de arte, merecedora de tener una escultura en bronce.

—No quiero saber cuántas costillas tengo —le advirtió él, tensando y relajando las nalgas para frotarse contra los dedos de Sara.

—¿Cosquillas?

—¿Y tú?

—De acuerdo. Nada de costillas.

Jay rodó de lado facilitándole a ella la labor de acariciarle, y a él el acceso a sus pechos.

—Podría acostumbrarme a despertar a tu lado cada mañana —admitió mientras admiraba el pezón erguido, producto de sus caricias.

—Lo mismo digo. Y pienso disfrutarte al máximo antes de regresar a casa.

Él se detuvo en mitad de una caricia, pero enseguida la reanudó.

—¿Cuándo tienes que volver?

—Llevo pensando en ello desde que me he despertado —admitió Sara.

—¿Y? —Jay le retorció un pezón.

—Creo que los Custer lucirán mejor en Jackson —contestó ella con la respiración entrecortada—. Allí hay mucho nivel, de la clase que se sentirá atraída hacia esos cuadros, y que puede permitirse el comprarlos. Por descontado que no los vamos a vender. Solo haremos saltar la liebre cara a una posible subasta en el futuro. Enfrente del parque de las cornamentas había un espacio para alquilar que…

—¿Parque de las cornamentas?

—Ese sitio en el centro que tiene unas entradas con forma de arco hechas con cornamentas.

—Parque de las cornamentas —Jay sonrió—. Me gusta. ¿Había alguna tienda con escaparate vacía?

—Sí. Si la alquilas, digamos por seis meses, yo podría montar una exposición con los Custer. Sé que no es fácil alquilar un espacio durante seis meses nada más, pero quizás podamos llegar a algún acuerdo.

—No hay problema, suponiendo que estemos hablando del mismo sitio —él deslizó las manos entre las piernas de Sara—. Propiedades Vermilion es la propietaria del edificio. Era una galería de arte moderno.

—Eso nos viene muy bien —contestó ella casi sin aliento.

—Desde luego —Jay hundió los dedos en su interior—.



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