Misterio de las huellas flameantes by M. V. Carey

Misterio de las huellas flameantes by M. V. Carey

autor:M. V. Carey [Carey, M. V.]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Aventuras, Fantástico, Intriga, Juvenil
editor: ePubLibre
publicado: 1971-01-01T05:00:00+00:00


Capítulo 11

Vuelve el fantasma

Todavía tenía Júpiter la mano puesta en el timbre de llamada de la casa del alfarero cuando se abrió una de las ventanas del piso de arriba y se oyó la voz de Eloisa Dobson.

—¿Quién va ahí? —preguntó.

Júpiter dio unos pasos hacia atrás para dejarse ver desde el zaguán de entrada.

—Soy yo, Júpiter, señora Dobson. Y conmigo viene Bob Andrews.

—Oh; esperad un momento —dijo la señora Dobson.

La ventana se cerró de golpe. Un momento después, Jupe y Bob oyeron cómo se abrían las cerraduras y se corrían los cerrojos. La puerta se abrió y apareció Pete.

—¿Qué pasa? —preguntó éste.

—Déjanos entrar y ten paciencia —dijo Júpiter en voz baja.

—Estoy tranquilo. ¿Qué es lo que sucede?

—No quiero alarmar sin necesidad a la señora Dobson —dijo Júpiter con voz rápida, entrando en el recibidor—, pero los hombres que hay en Hilltop House…

Júpiter interrumpió la frase cuando la señora Dobson apareció en lo alto de la escalera y empezó a bajar.

—¿Has oído un ruido apagado hace cosa de un minuto, Júpiter? Como si fuera un disparo, ¿verdad?

—Creo que ha sido solamente una pequeña explosión en la carretera —contestó Júpiter en seguida—. Señora Dobson, usted no conoce a nuestro amigo Bob Andrews.

—Mucho gusto en conocerla, señora Dobson.

La señora Dobson sonrió y bajó los peldaños que le faltaban.

—Me alegro mucho de verte, Bob —le dijo—. ¿Qué os trae a los dos hasta aquí tan tarde?

Tom Dobson bajó las escaleras con una bandeja llena de copas vacías.

—Hola, Jupe —saludó.

Júpiter presentó a Tom y a Bob.

—Hola —dijo Tom—. El tercer investigador.

—¿El qué? —preguntó la señora Dobson.

—Nada, mamá —respondió Tom—. Se trata sólo de un chiste. Algo.

—Hum. —La señora Dobson miró a su hijo con esa mirada escrutadora, tan característica de las madres.

—No es hora de bromas —dijo—. ¿Por qué habéis venido, muchachos? No creáis que no me estoy dando cuenta de que tenéis algún problema. Habéis sido muy amables en hacer que Pete pase la noche con nosotros, pero, venga, que no haya secretos, ¿eh?

—Lo siento, señora Dobson —dijo Júpiter—. Bob y yo no habíamos planeado venir aquí esta noche. Sin embargo, íbamos caminando por el sendero de la cima de la colina y no pudimos por menos de darnos cuenta de la presencia de unos hombres en Hilltop House.

Bob confirmó cuanto aquél decía, mientras Júpiter continuaba con toda calma.

—Hilltop House es un edificio grande situado más o menos detrás de esta casa, pero en su parte de arriba, en la cima de la colina. Los dos inquilinos se situaron allí ayer, y desde la terraza pueden ver sin impedimento alguno el interior de las habitaciones de esta casa que dan a la parte de detrás. Y se nos ocurrió la idea de venir a decírselo para que lo supiera y tuviera echadas las persianas de las ventanas.

—¡Vaya suerte! —la señora Dobson se sentó en la escalera—. Esto faltaba para completar el día. Primero las huellas flameantes, luego aquel petimetre de la posada y ahora una pareja de atisbadores.

—¿El petimetre de la posada? —preguntó Bob—. ¿Qué petimetre y de qué posada?

—Un tipo llamado Farrier —le contestó Pete—.



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