Miles vorkosigan 12 by Lois McMaster Bujold

Miles vorkosigan 12 by Lois McMaster Bujold

autor:Lois McMaster Bujold [Bujold, Lois McMaster]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: SF
publicado: 2011-06-03T05:00:00+00:00


La presencia del fornido guardia en el compartimiento trasero del volador, el cansancio de Vorkosigan y la desorientación emocional de Ekaterin se combinaron para silenciar cualquier intento de conversación en el vuelo de regreso a Serifosa. Al entregar el volador en el concesionario muchos ojos la miraron, ya que la seguían un enorme soldado acorazado y armado hasta los dientes y un enano con las ropas ensangrentadas y vendas en las muñecas pero, por otro lado, tuvieron un coche-burbuja para ellos solos en su camino de vuelta al apartamento. Esta vez no hubo retrasos en el sistema, advirtió Ekaterin con cansada ironía. Se preguntó si más tarde, cuando todo estuviera resuelto, debería comprobar si la afirmación de Vorkosigan era cierta y ya era demasiado tarde para Tien cuando Foscol la llamó.

Sus pasos aceleraron en el pasillo que conducía a su apartamento; se sentía como un animal herido que no quería más que esconderse en su cubil. Se detuvo bruscamente ante la puerta, y respiró hondo. El panel de la cerradura de palma colgaba arrancado de la pared, y la puerta corredera no estaba cerrada del todo. Una fina línea de luz asomaba por el filo. Ella retrocedió un paso y señaló.

Vorkosigan comprendió la situación de inmediato e hizo una señal al guardia, quien, igualmente silencioso, se dirigió hacia la puerta y sacó su aturdidor. Vorkosigan se llevó un dedo a los labios, la agarró del brazo y la hizo retirarse pasillo abajo hasta los ascensores. La puerta automática no funcionaba: el guardia tuvo que agarrarla y apoyarse sobre ella para devolverla al raíl. Con el aturdidor levantado y el visor bajado, entró en el apartamento. El corazón de Ekaterin le golpeaba dentro del pecho.

Después de unos minutos, el guardia de SegImp, con el visor alzado de nuevo, asomó la cabeza por la puerta.

¯Aquí ha entrado alguien, milord, en efecto. Pero ya no hay nadie.

Vorkosigan y Ekaterin lo siguieron al interior.

Las maletas de Vorkosigan y las suyas, que Ekaterin había dejado junto a la puerta del vestíbulo, estaban abiertas. Las ropas estaban desperdigadas en montones mezclados por todo el suelo. Al parecer habían tocado pocas cosas más en el apartamento: había algunos cajones abiertos, con su contenido volcado, pero aparte de ese desorden no habían destrozado nada. ¿Se trataba de una violación, cuando ella misma había dejado el lugar, abandonando todas sus posesiones? Apenas lo sabía.

¯Así no dejé mis cosas ¯observó Vorkosigan amigablemente cuando se reunieron de nuevo en el vestíbulo después de su corta inspección.

¯Ni yo tampoco ¯dijo ella, algo desesperada¯. Pensé que volvería usted con Tien, y luego se marcharía, así que le hice la maleta.

¯No toque nada, sobre todo las comuconsolas, hasta que lleguen los especialistas ¯le dijo Vorkosigan. Ella asintió, comprendiendo. Los dos se quitaron las pesadas chaquetas; automáticamente, Ekaterin las colgó.

Vorkosigan desoyó su propio consejo, y se arrodilló en el vestíbulo para rebuscar entre los montones.

¯¿Guardó mi caja de datos?

¯Sí.

¯Ya no está.

Suspiró, se puso en pie y alzó su muñeca para informar de los nuevos acontecimientos al capitán Tuomonen, que todavía estaba en la estación experimental.



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