Mi tío el empleado by Ramón Meza

Mi tío el empleado by Ramón Meza

autor:Ramón Meza [Meza, Ramón]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Drama
editor: ePubLibre
publicado: 1887-10-23T16:00:00+00:00


2

En el teatro

El pórtico del teatro de Tacón estaba lleno de militares y de personas vestidas con fracs: algunas ostentaban en sus estiradas solapas botoncillos rojos o diminutas crucecillas.

Andaban los militares muy cuidadosos de que no presentasen sus guantes ninguna arruga y no cuidaban menos los hombres de frac de que sus chalecos, olvidando su oficio de prensas, se recogiesen sobre los abultados abdómenes, dejando al descubierto la camisa como blanca grieta en mitad del cuerpo. Por eso veíanse manos que acudían presurosas a las puntas de los chalecos, tiraban con fuerza de ellos, y los dejaban más estirados que el parche de una tambora.

Entre las personas reunidas bajo el pórtico sobresalía, por su elevada estatura, un señor delgado, de tez apergaminada, de nariz aguileña, ojos hundidos, que se abanicaba con el sombrero y acudía, ya a un grupo ya a otro, para decidir en cuatro palabras, dichas con tono muy enfático, la cuestión que se estuviese discutiendo. Después se marchaba pavoneándose y dándose tal importancia, que parecía ser el jefe o pontífice de toda aquella muchedumbre. Y lo más de notar era que todos acataban el parecer del hombre alto y ni siquiera trataban de discutir con él.

Llegábase aquel extraño ente con cierta sonrisa de protección a uno de los grupillos en que con más calor se discutía, decía dos palabras, y callaban todos como por ensalmo. Alejábase luego contento de haber sembrado allí un granito de su sabiduría, y los del grupo murmuraban:

–Es una notabilidad, una eminencia don Mateo: sin él no podría hacer nada el conde –advirtió uno.

–¡Hombre!, me ha ocurrido que ya tarda mucho el señor conde, ¿habrá tenido algún percance? –preguntó otro.

–No; tal vez mucho que hacer –añadió un tercero.

–Es muy probable –repuso el de más allá

–¡Ahí está… , ahí está… , ya llegó el conde… ! –se oyó decir entonces por todas partes.

Hubo un movimiento general: los esparcidos grupillos se confundieron con el gran grupo formado bajo el arco central del pórtico.

Fue éste el instante en que la carretela de aquel hombre gordo, que hemos visto cruzar la calle de la Muralla, entrar en la platería, fijar sus ojos en las estrellas y en el arquito que llamaban Puerta del Sol y seguir a lo largo del parque de Isabel la Católica orillando los fosos, se detuvo ante el pórtico del teatro.

El hombre alto o sea don Mateo, como le hemos oído llamar, gracias al general respeto que se le tenía, pudo atravesar sin dificultad alguna el apretado grupo, y se colocó en primera línea. Allí permaneció como deslumbrado al ver bajar al hombre gordo de la carretela, cuyo barniz, dorados, faroles, cocheros, arreos inundados por la luz de las luminarias, despedían tanto brillo como si estuvieran inflamados.

Este descendió de su carruaje como si descendiera de un trono, causando general arrobamiento.

Un instante después no tenía manos para estrechar tantas como se le presentaban, no tenía oídos suficientes para oír tantas felicitaciones, ni ojos para ver tantos y tan repetidos saludos.

Se le hablaba con sumo



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