Mi hermano Étienne by Óscar Esquivias

Mi hermano Étienne by Óscar Esquivias

autor:Óscar Esquivias [Esquivias, Óscar]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Histórico, Juvenil
editor: ePubLibre
publicado: 2006-12-31T16:00:00+00:00


EL MENSAJE DE LA SEÑORITA LESCOTEAUX

Aquella conversación me había dado nuevas esperanzas. ¡Por fin tenía la certeza de que la señorita Lescoteaux poseía el objeto que Étienne me había anunciado! Debía llegar hasta su cuarto y encontrarlo.

El doctor Lescoteaux tenía el sueño difícil y dio más vueltas que un trompo hasta que por fin se calmó. Sentí cómo su respiración se acompasaba y luego empezó a resoplar. Era el momento de salir. Reptando, llegué a la puerta, la abrí con sumo cuidado y alcancé el pasillo. Una vez allí, decidí probar suerte en la alcoba de al lado.

Al bajar la manilla, el pestillo chascó. Permanecí inmóvil, sin decidirme a huir ni a penetrar en la habitación, a la espera de que algún signo me indicara si ese ruido me había delatado, pero no pasó nada. De la planta baja llegaban unos ronquidos, seguramente de los servidores que había dejado de guardia el señor Lescoteaux.

Entré en otra alcoba. Era más pequeña que la anterior y en su cama, recostada de lado y dando la espalda a la puerta, dormía la señorita Lescoteaux. No podía ser otra, ya que era la única hija del doctor que continuaba viviendo en su casa. Estaba completamente arrebujada en las mantas, con un mínimo temblor que acusaba su respiración. Su sueño parecía muy profundo, subrayado por su plácido ronquidillo.

Sentí una gran alegría. ¡Me acercaba a la solución del mensaje de Étienne! En algún lugar de aquel cuarto tenía que estar la otra carta, la que envió a su prometida, y allí esperaba hallar la clave de todo. Frente a los pies de la cama había un tocador con un gran espejo. Me dirigí a él en primer lugar. En aquel momento sentí un escalofrío; un estornudo me subió hasta la punta de la nariz. Conseguí sofocarlo, pero entonces empecé a tiritar. Era lógico. Mis ropas se habían empapado cuando descendí hasta la glera[25] del río y al atravesar la madriguera por la que me había colado en Montbrun. Necesitaba ponerme encima algo seco y de abrigo si no quería coger una pulmonía, así que me desprendí de mis ropas sucias y me eché encima una bata de la señorita Lescoteaux que tenía encima de la silla.

De esta guisa, empecé a rebuscar entre los objetos de su tocador. En mi precipitación, tiré un espejo de mano al suelo, pero ella no se percató del ruido.

«¡Es igual que el de mi madre!», pensé al verlo. Sí. Sus dimensiones eran similares, tenía la cabeza y el mango labrados en plata, por lo que seguramente también habría salido del carromato de Vidal. ¿Sería éste el objeto anunciado por Étienne?

Tenía que hallar la carta y salir de dudas. Seguí removiendo cosas y por fin, en el cofre de las joyas, encontré un papel doblado.

Sí, ¡allí estaba! Era la letra inconfundible de mi hermano, que escribía en apretadas líneas. Sin embargo, con la escasa luz de la habitación era incapaz de leerla. No tuve más remedio que encender un candil y rezar para que aquella luz no despertara a la hija del doctor.



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