Memorias de una suegra by George R. Sims

Memorias de una suegra by George R. Sims

autor:George R. Sims [Sims, George R.]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Humor
editor: ePubLibre
publicado: 1880-12-31T16:00:00+00:00


Memoria X

Mi yerno alemán

Jamás he podido entender por qué Jane, mi tercera hija, se casó con un extranjero. No es que sienta una objeción especial hacia los extranjeros, pero debo decir que jamás imaginé que me convertiría en la suegra de un alemán.

Indudablemente se preguntarán por qué mi tercera hija, y no la mayor o la segunda, lleva mi nombre.

El motivo responde simplemente a mi debilidad en lo que concierne a ceder ante los deseos del señor Tressider. Nuestro querido hijo se llama John por su padre y porque así lo quiso su padre, y yo jamás expresé la más mínima objeción, aunque habría preferido infinitamente un nombre más romántico. Soy consciente de que son muchos los hombres distinguidos que llevan el nombre de John, pero en el fondo es un nombre que asociamos automáticamente con un criado o con un camarero.

Cuando voy al teatro y llego a tiempo para ver la comedia, he observado que a menudo el nombre del criado es John. Siempre es «John, ¿ha llegado tu señor?», o «John, si llama alguien dile que no estoy en casa». Y en los viejos ejemplares de Punch que a veces hojeo en la biblioteca, John es normalmente el criado, sobre todo en las tiras cómicas. El otro día, sin ir más lejos, llevé a mis nietos a una función de tarde del circo. Por extraño que parezca, el señor Tressider nos acompañó, y hubo una absurda «Escena en la Arena» (así es como creo que lo publicitan en los carteles) llamada «La lección de equitación»: entra una señora (por supuesto, se trata de un hombre disfrazado de mujer) que quiere aprender a montar y que llega acompañada de un criado (una persona absolutamente ridícula vestida con unas calzas afelpadas de color carmesí y una peluca roja) que encarna el payaso. El criado llega a lomos de un caballo y se llama John.

Mis hijos estallaron en carcajadas ante el ridículo comportamiento de John, al tiempo que no dejaban de mirar de soslayo a su abuelo y de darse codazos entre sí. Y oí que uno de ellos le susurraba al otro:

—Así es como la abuela le habla al abuelo.

Los niños tienen ideas muy peregrinas. Aunque como comprenderán yo jamás me he dirigido al señor Tressider con la ridícula actitud que esa mujer (hombre) de circo utilizaba con su criado, lo cierto es que se les metió en la cabeza que así era, y durante el espectáculo me volví hacia el señor Tressider para pedirle que se levantara y cerrara la puerta que teníamos detrás y por la que se colaba una corriente tal que habría bastado para arrancarnos las cabezas y arrojarlas al centro del escenario, y no negaré que dije «John» muy bruscamente, porque él miraba en ese instante hacia el otro lado. Creí que a los niños les daría algo.

No creo que hasta el entonces el nombre me hubiera parecido tan ridículo, y durante días, cuando iba a llamar «John» a mi esposo me acordaba del criado



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