Memoria del miedo by Andrew Graham-Yooll

Memoria del miedo by Andrew Graham-Yooll

autor:Andrew Graham-Yooll [Graham-Yooll, Andrew]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Crónica, Memorias
editor: ePubLibre
publicado: 2006-07-08T04:00:00+00:00


7. La vergüenza y la ira

MAYO DE 1976

Por la noche llegó hasta el Buenos Aires Herald la madre. Había buscado ayuda para hallar el cuerpo de su hija en muchos lugares. Visitó comisarías, juzgados, hospitales; acudió a amistades con influencia y finalmente recorrió las redacciones de los diarios. Los secretarios de redacción de la ciudad le habían dicho con franqueza que no podían hacer nada y que se diera una vuelta por el diario inglés (diario en realidad de capitales norteamericanos), el de menos tirada de la ciudad. Se sabía que los ingleses se arriesgaban y eran medio locos, le dijeron. Se sospechaba que tenían protección de las embajadas británica y norteamericana: como si las embajadas sirvieran para proteger algo, o a alguien. En eso solo creían los argentinos. Todo argumento parecía sólido cuando era necesario sacarse la responsabilidad en épocas de crisis. A la madre le habían dicho que el Herald era el único diario que informaría sobre la desaparición de su hija. La publicidad podría ayudarla al volver a recorrer las comisarías, cuarteles y juzgados a los que había acudido en su infructuoso peregrinaje.

Le habían avisado desde un teléfono público, en forma anónima, del arresto de su hija, un teléfono no muy lejano del lugar donde había sido detenida. El que llamó quiso asegurarse de estar hablando con la persona correcta, se disculpó por no presentarse y describió cómo y dónde habían detenido a la joven.

La madre era bajita, regordeta, con el cabello algo canoso y un rostro de expresión tierna, como el de esas madres que imaginan los hombres y las mujeres cuando sus mentes vuelan hacia ese refugio que son los padres, abandonado hace mucho tiempo.

La mano era floja y seca cuando la estreché invitándola cortésmente a entrar en la redacción. Se dejó caer sobre una silla con un suspiro de cansancio.

—Soy la madre de una persona que ha desaparecido, así que escúcheme, por favor.

Se disculpó por haber venido. Solo pedía algunos consejos de guía, no pedía ayuda.

—Me dijeron que en este diario publicarían algo sobre lo que le ocurrió a mi hija.

Hizo una pausa y me observó; desvié la mirada.

—No quiero que publiquen nada por ahora… Quiero que me ayuden a encontrarla.

Le dije que ya me habían avisado que vendría. No era cierto, pero al menos le dio la impresión, aunque fuera poca cosa, de que alguien en otra redacción se había preocupado por ella mientras venía caminando desde otro diario, cruzando la plaza de Mayo y a lo largo de paseo Colón desde la Casa Rosada.

Un muchacho de la oficina le trajo una taza de té que ella casi no dejó llegar al escritorio antes de llevársela a los labios.

—Cuando me senté acá pensé que había venido para conversar con gente amiga, agradable y recibiría un poco de consuelo. El hecho de que me hayan invitado a entrar ya los convierte en gente buena.

Miré el reloj y me pregunté cuánto tiempo se quedaría. La consideración humanitaria y las obligaciones de la redacción estaban en conflicto.



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