Megan Maxwell [El Dia que el Cielo se Caiga] by Unknown

Megan Maxwell [El Dia que el Cielo se Caiga] by Unknown

autor:Unknown
Format: epub
editor: eBook's Xibalba
publicado: 2016-06-21T16:00:00+00:00


15

Al día siguiente de que Nacho se hubiera marchado a Barcelona, la abuela Blanca seguía preocupada. No sabía bien lo que había ocurrido. Solo sabía que, cuando se había dado cuenta, Luis ya se había ido.

Sumida en sus pensamientos, hacía ganchillo sentada en el sofá de su casa, mientras su hija Teresa y su yerno veían el telediario. Sin poder remediarlo, su mente no paraba de pensar en Nacho. Todavía no podía entender cómo a aquel mozarrón tan alto y guapo no le gustaban las mujeres, pero intentaba respetar su decisión, como le habían pedido su hija y su yerno.

Esa tarde, cuando Alba regresó a casa tras un duro día de trabajo, los besuqueó a todos. Sabía que lo ocurrido el día anterior con Luis los había trastocado, pero decidió no hablar del tema. Bastante sufrimiento tenían ya.

Después de ducharse, se puso su bonito vestido plateado y unos increíbles tacones. Nacho y ella habían sido invitados a una fiesta y al menos uno de los dos debía de asistir por puro compromiso. Dos semanas antes, Alba había quedado con Óscar, un amigo de un amigo con el que salía de vez en cuando.

Alba era un encanto de mujer, además de guapa, pero en lo referente a los hombres era complicada. Tras lo vivido con su ex, se había vuelto algo arisca con ellos y, consciente de que le funcionaba, lo utilizaba para quitárselos de encima. No necesitaba a un hombre a su lado para ser feliz. Ya no creía en el amor.

Una vez acabó de vestirse y maquillarse, se miró en el espejo. El reflejo que le devolvía era el de una mujer, no el de una niña, y sonrió.

Cuando salió arreglada para el evento con aquel bonito vestido largo, su padre, que continuaba viendo la televisión, murmuró:

—Mi niña… Más preciosa no puedes estar.

—Gracias, guapetón —respondió ella sonriendo y guiñándole el ojo.

Acto seguido, entró en la cocina, donde se encontró con su madre y su abuela, que la halagaron al igual que su padre. Mientras cogía un vaso para beber un poco de agua, su abuela retomó la conversación que mantenía con su hija.

—Habrá que pedirle a Dios que nos cuide a Nacho —comentó.

Alba sonrió al oír eso. Su abuela era tremendamente religiosa, algo que ella no compartía y, cogiendo un trozo de pan, repuso:

—Más que pedírselo a Dios, mejor lo cuidamos nosotros, no sea que se le vaya a olvidar a ese Dios que tanto quieres.

—¡Alba! —protestó Teresa.

Sabía lo que opinaba su hija sobre ese tema. La abuela dejó entonces de remover la sopa y protestó también.

—No me gusta que hables así de Dios. ¿Qué te ha hecho él para que lo cuestiones?

—Mejor pregúntame qué no ha hecho.

—Jesús del Gran Poder, lo que hay que oír.

—Abuela, lo siento, pero ya sabes que no tengo las mismas creencias que tú.

—Bendito sea Dios —protestó Blanca—. ¿Adónde vamos a llegar con esta juventud?

Al ver que Blanca y Alba se iban a enzarzar en una de sus controvertidas discusiones sobre religión, Teresa murmuró:

—Dejadlo ya y respetaos la una a la otra.



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