Mediohombre by Álber Vázquez

Mediohombre by Álber Vázquez

autor:Álber Vázquez [Vázquez, Álber]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Aventuras, Histórico, Bélico
editor: ePubLibre
publicado: 2009-10-31T16:00:00+00:00


CAPÍTULO 11

6 de abril de 1741

A mediodía, el Princess Carolina entró lentamente en la bahía de Cartagena bajo un cielo plomizo y una lluvia intensa. El almirante Vernon, sobre la cubierta, observaba condescendientemente aquello que ya era suyo. Ciudad, gloria y riquezas inigualables. Todo eso le pertenecía por derecho a quien había logrado para el rey de Inglaterra la más ansiada de entre todas las conquistas. Porque, ya podía decirlo sin temor, Cartagena les pertenecía. Lo había logrado. Le había costado más tiempo y más esfuerzo del inicialmente previsto, pero ahora nadie podría arrebatarles lo que en justicia era suyo.

Los españoles habían recibido una buena lección en Bocachica. Una merecida lección, habida cuenta de la arrogancia con la que persistían en comportarse. Orgullosos, tan orgullosos como estúpidos. ¿Era una derrota completa lo que pretendían? Pues era lo que iban a lograr. Porque no otra cosa obtendrían de alguien que ya ha introducido en la bahía más de cien naves. Y que dispone de aún más aguardando al otro lado del canal.

Vernon ordenó a Griffith, el capitán de Princess Carolina, que se acercara a la costa con la intención de buscar un buen lugar en el que echar el ancla.

—Señor, creo que no deberíamos alejarnos de Tierra Bomba —apuntó Griffith—. Ya que las tropas del general Wentworth controlan toda la isla, supone la opción más segura para el Princess Carolina.

—De acuerdo, capitán —dijo Vernon mientras señalaba con la mano derecha un pequeño brazo de tierra que se abría hacia la bahía y que podía servir de refugio natural para su navío—. ¿Qué le parece este lugar?

—Excelente elección señor —respondió Griffith—. Se llama, según nuestras cartas, Punta Perico.

—En ese caso, ponga proa a Punta Perico, busque un buen lugar para fondear y eche el ancla.

El Princess Carolina viró con suavidad hacia babor y, bajo una lluvia que no amainaba ni daba tregua, enfiló la bahía en la dirección señalada. Según se aproximaba, tanto Vernon como el capitán Griffith y el resto de oficiales a bordo del buque insignia inglés se dieron cuenta de que, aunque hubiera sido su deseo ir más allá de Punta Perico, no habrían podido lograrlo, pues la bahía entera se hallaba repleta de escollos que los españoles habían dejado allí con la intención de entorpecer su avance: Lezo no parecía haber titubeado a la hora de dar fuego a toda nave que se hallara anclada en la bahía.

—Creo que nos estaban esperando… —sonrió un exultante Vernon.

—Deben estar temblando encerrados en sus cubículos —fantaseó, junto a Vernon, el siempre servil Washington. Por alguna razón, el joven parecía no tener en la campaña otra misión que respaldar cada afirmación del almirante.

—Será sencillo tomar la plaza. No suponen ya un peligro para nosotros.

—No le quepa la menor duda de ello, señor. ¿Y cree que podrá permitirme que desembarque al mando de una compañía, señor?

—Ya veremos, muchacho, ya veremos…

De Vernon podía decirse que estaba cegado por las luces del éxito en ciernes, pero no tanto como para acceder a cualquier petición de un oficial con nula experiencia en el campo de batalla.



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