Mazeppa by Lord Byron

Mazeppa by Lord Byron

autor:Lord Byron [Lord Byron]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Poesía, Otros
editor: ePubLibre
publicado: 1818-12-31T16:00:00+00:00


»Algunos rayos que se abrían paso entre las nubes, anunciaban la salida del sol. ¡Cuanto tardó en mostrarse! me parecía que el día no sucedería jamás a estos primeros resplandores que paulatinamente disipan las sombras de la noche. ¡Cuántas veces maldije su lentitud! Poco a poco el oriente se colora con purpúrea llama; el sol destronó las estrellas, eclipsó el radiante brillo de sus constelaciones y de lo alto de su propio trono inundó la tierra con sus rayos celosos de toda otra luz.

XVII. »El sol se levantó y los vapores que rodeaban el vasto desierto se desvanecieron a su presencia. Mas ¡ay! ¿qué me importaba entonces atravesar llanura, río o bosque? Ninguna huella de hombre o de animales se hallaba impresa sobre aquella salvaje tierra. Ni el aire se dejaba sentir. No oí zumbar ningún insecto en la verdura, ningún pájaro madrugador saludar la vuelta del día al abrigo de la enramada. El corcel, jadeante y cual si fuera a expirar, recorre aún algunos werstes, reinando por todas partes la soledad y el silencio.

»Por fin creí oír un relincho que salía de un pequeño bosque de negros abetos. ¿No es el viento que muge en las ramas de estos árboles? No: pues veo correr una manada de caballos que avanzan formando un numeroso escuadrón. Quise gritar, pero mis labios estaban mudos. Los caballos galopan hacia nosotros con toda fiereza. ¿Pero cuáles son las manos que guían sus riendas? he ahí mil caballos y ni un solo jinete. Su cola flota a merced de los vientos; ninguna mano ha tocado su soberbia crin; jamás sus largas narices han sentido la brida; jamás el bocado ha ensangrentado su boca; jamás sus cascos conocieron el hierro; jamás la espuela ni el látigo han herido su cuerpo. Son mil caballos libres y salvajes como las olas que cruzan el Océano; la tierra retumba bajo sus pisadas como el eco del trueno. Vienen a nuestro encuentro. Su aproximación da alguna agilidad al que me conduce; parece pronto a brincar de alegría; les responde por un débil relincho y cae. Palpita todavía algunos instantes, pero su pupila está empañada y fría; sus humeantes miembros quedan inmóviles; su primera carrera es también la última.

XVIII. »Se acercó entre tanto la manada de sus hermanos del desierto y oyó su último suspiro. Todos aquellos animales parecen admirarse de ver a un hombre unido a su compañero por sangrientos nudos. Se detienen… se estremecen… aspiran el aire con inquietud, galopan de un punto a otro durante algunos momentos, se acercan otra vez, retroceden y se vuelven a todos lados. De repente, guiados por aquel que parece el patriarca de la manada, y cuya crin del color del ébano no tiene una mancha blanca, brincan, se separan, arrojando espuma por sus narices, y se alejan huyendo hacia el bosque, espantados por instinto, a la vista de un hombre.

»Me abandonan a mi desesperación, siempre unido al cadáver de mi desgraciado corcel; ¡ah! al menos éste no sentía ya la carga que había causado su muerte y de la que yo en vano traté de librarle.



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