Masada by J.J. Benítez

Masada by J.J. Benítez

autor:J.J. Benítez [Benítez, J.J.]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Aventuras, Ciencia ficción, Histórico
editor: Planeta
publicado: 1985-12-31T23:00:00+00:00


El parlamento de Eleazar con su gente fue brevísimo. Yo tenía que mantener los ojos bien abiertos y seguir la pista del lino. No cabía otra solución. Y simulando un inexistente cansancio, me dejé caer al pie de la empalizada, sintiendo la agradable y tibia caricia del sol en mi rostro. Medio cerré los ojos, lamentando no haber sido más rápido en la incautación de la mortaja.

Caballo de Troya, en el planeamiento de esta segunda misión, había sido terminante: el análisis de aquella tela era vital en nuestro intento por esclarecer el hipotético fenómeno que los cristianos llaman “resurrección”. En consecuencia, debía trasladarla al módulo a cualquier precio. Pero aquel pensamiento fue rechazado de plano. Ya no tenía remedio. Además, habría ido contra el natural devenir de los sucesos que, en parte, había presenciado. Un error de esta índole, confiscando la mortaja antes de tiempo, hubiera podido cambiar sustancialmente los hechos históricos, tal y como hoy los conocemos.

Si yo me hubiera hecho con ella en una de mis primeras incursiones en el interior de la tumba, lo relatado por Juan el Evangelista, por ejemplo, no habría sido igual. Ni él ni Simón Pedro, después de la famosa carrera, habrían tenido oportunidad de ver dichos lienzos y su insólita disposición sobre el banco de piedra. Mi responsabilidad, una vez más, era muy grande, había que esperar. Era menester aguardar el momento propicio. Un momento en el que el envoltorio pasara a un segundo plano, históricamente hablando. Pero ¿cuándo y dónde? ¿Y si las intenciones del sumo sacerdote apuntaban hacia la destrucción del mismo? De Caifás y su gente podía esperarse cualquier cosa. Si el hato que aportaba el siervo terminaba en algún oscuro rincón de Jerusalén o, sencillamente, era incinerado, adiós a nuestros objetivos...

Pero quizá estaba sobrevalorando la agudeza de aquellos esbirros. A juzgar por lo que hicieron, no estaban convencidos —ni muchísimo menos— de que los rumores sobre la vuelta a la vida del Galileo fueran ciertos.

La patrulla, congregada en torno a su jefe, dio por finalizado el “cónclave” y, mientras el grueso de la misma se ponía en movimiento hacia la muralla norte, Eleazar, el esclavo que sostenía el envoltorio funerario y dos de los arqueros dieron media vuelta, alejándose en sentido contrario al de la pequeña tropa.

Y un rayo de esperanza se abrió paso en mi abatido corazón. ¿Qué se proponían? — Ni siquiera repararon en mí. Los cuatro individuos cruzaron ante aquel desarrapado y aparentemente dormido extranjero, rodeando la cerca de la finca en dirección noreste y a grandes zancadas. Los vi difuminarse en el interior de un corro de espesos algarrobos de llamativas flores rojas. Fue una excelente referencia.

Me incorporé rápido y, tras asegurarme que el grueso de los levitas proseguían su camino hacia la puerta de los Peces, salté el seto de brabántico de la propiedad situada frente a la de José, procurando rodear el bosquecillo de algarrobos por su cara este.

No tuve que caminar mucho. En su vertiente oriental, la reducida mancha de árboles



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