Marte y las princesas voladoras by María Baranda

Marte y las princesas voladoras by María Baranda

autor:María Baranda [Baranda, María]
La lengua: spa
Format: epub
editor: Fondo de Cultura Económica
publicado: 0101-01-01T00:00:00+00:00


Y sentí un frío horrible en mi corazón.

Mosi no se lastimó ni tampoco le hizo daño a nadie. Sólo quemó un poco, poquito, las cortinas. Después me contó que quería ver la luz del silencio, ésa que te ayuda a volar.

Pasó todo un día hasta que mamá y papá pudieron ir a casa de la señora Amor a pedir una disculpa.

—¿Por qué? —preguntó Jaro—, si no fue a propósito.

Mis papás no supieron qué decir. Rita hizo un delicioso pastel de elote. Todos debimos peinarnos y lavarnos la cara.

Mamá dijo que sólo ella y papá hablarían e inmediatamente voltearon a ver a Jaro. Yo sé por qué hacen eso: Jaro piensa un poco diferente de ellos. Por ejemplo, si papá dice: “Es rojo”, Jaro opina exactamente lo contrario: “Es azul”. Mamá dice que eso sólo confunde a las personas.

La señora Amor nos hizo esperar un poco, para nuestra suerte. Así pudimos ver con mucho detenimiento los cuadros que están en su sala: hay uno que tiene nubes de color marrón y sobre ellas están pintados muchos borregos. Hay otro con dos naranjas, tres plátanos, un pato muerto que está sobre una mesa y junto a él un cuchillo enorme clavado en una tabla de madera. Cuando estaba viéndolo con atención, Mosi, que se había puesto su vestido blanco, el que usa para las fiestas, se puso a llorar. Papá pensó que tenía miedo de la señora, pero yo supe qué le pasaba: ella se imaginó que nuestro pato algún día podía terminar así. Entonces le expliqué que el cuadro era de mentira y que eso no le iba a pasar nunca a nuestra mascota.

—¡Ya cállate! —me dijo Jaro—. La pones más nerviosa.

Pero no es cierto. Mi hermano no entiende nada.

Un segundo después entró la señora Amor con unas bebidas color verde para todos. Luego nos sugirió a mis hermanos y a mí que fuéramos a saludar a la cacatúa que estaba afuera. Jaro dijo que a él no le interesaban las aves y la señora le contestó que de todas maneras lo invitaba a visitar su patio.

Nunca supimos de qué hablaron papá y mamá con ella. Pero después de esa tarde jamás volvimos a ir a las posadas de la señora Amor.

Rita dijo que esa señora no le hacía honor a su apellido. Papá y mamá no dijeron nada, pero desde entonces se le quedó el nombre de “el día de la catástrofe”. Por eso decía que antes era antes.



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