Marta y María by Armando Palacio Valdés

Marta y María by Armando Palacio Valdés

autor:Armando Palacio Valdés [Palacio Valdés, Armando]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Realista
editor: ePubLibre
publicado: 1886-12-31T16:00:00+00:00


IX

Excursión al Moral y a la Isla

Quince días por lo menos se habló de la excursión al Moral y a la Isla. Durante el invierno las jóvenes tertulianas de la casa de Elorza habían querido formar un capital, con los productos de la aduana y lotería, destinado a sufragar los gastos. Don Mariano las dejó formarlo, sonriendo bellacamente cada vez que le participaban el estado de la caja. Mas cuando llegó la época fijada para la excursión, a presencia de toda la tertulia tomó el puñado de plata del cajoncito donde se guardaba y se lo entregó al cura de Nieva para que lo repartiese entre los feligreses que más lo necesitaran.

—¿Pues qué —exclamó el noble caballero al mismo tiempo—; no es cien veces mejor dedicar este dinero a matar el hambre en algunos pobres, que a un pasatiempo frívolo y excusado?

—Es cierto, es cierto —dijeron las niñas poniendo una cara que no hacía, en verdad, recordar las puras satisfacciones de la virtud y las alegrías del justo.

Aquella noche se habló, se cantó y se bailó poco en la tertulia de Elorza. La virtud, severa por naturaleza, no gusta de manifestaciones ruidosas. Muchachos y muchachas expresaban la íntima y pura satisfacción que aquel sacrificio les había inspirado con una inefable serenidad que los tenía mudos y quietos la mayor parte del tiempo, cual si meditasen profundamente sobre algún texto del Evangelio.

Grande, pues, debió ser el disgusto que sintieron todos cuando don Mariano les dijo a última hora:

—Señoras y señores: el jueves, a las ocho de la mañana, agradecería a ustedes en el alma que diesen una vuelta por el muelle convenientemente provistos de sombrero, quitasol, abrigo, etcétera. Nada más fácil que a esa hora los marineros de mi falúa se empeñen en llevarnos al Moral, y como ustedes comprenden no sería cortés el desairarlos.

La tertulia deploró esta determinación que la privaba de sacrificarse por la fraternidad universal, con risa inextinguible, voces y movimientos desordenados: «¡Qué don Mariano este!». «¡Siempre ha de tener esas bromas!». «El jueves, el jueves, ¿qué tengo yo que hacer el jueves? ¡Ah, me parece que nada!». «¿Llevaremos el impermeable? Yo creo que basta con el abrigo, etcétera».

Y en efecto, el jueves a las ocho de la mañana, la falúa de don Mariano y la de la Sanidad, limpias y aderezadas como dos muchachas en día de romería, aguardaban impacientes a la gente cabeceando una al lado de otra en el atracadero del muelle. Cuatro marineros daban la última mano en cada una al arreglo del aparejo, dirigiendo de vez en cuando miradas escrutadoras ora a la ría, bien a las calles que desembocaban en el muelle. Los señores no aparecían y la marea ya había bajado dos pies y medio. Alguno de los marineros expresaba sus impresiones desagradables por la tardanza con un rugido no bastante fashionable. Últimamente apareció un grupo abigarrado de damas y caballeros, donde predominaban los sombreros de paja y las manteletas encarnadas, y el viejo lobo marino que acababa de jurar como



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