Marionetas en la cuerda by Elizabeth Lowell

Marionetas en la cuerda by Elizabeth Lowell

autor:Elizabeth Lowell
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Variada
publicado: 1988-08-09T22:00:00+00:00


Capítulo 13

– ¿Alguien ha dicho diez mil? -dijo el subastador abriendo la subasta-. Diez. ¿Alguien ha dicho diez?

– Treinta mil dólares- dijo Lindsay secamente.

Hubo un murmullo de expectación en la sala. Lindsay lo ignoró. Quería terminar cuanto antes.

– Treinta y uno.

La oferta venía de unos metros a la derecha de Lindsay. Cuando reconoció la aguda y calmada voz de Wu, casi dejó escapar un suspiro de alivio. Wu no pujaría por el recipiente tan fervientemente como un coleccionista, porque tenía que dejarse un margen de beneficio en la reventa.

– Treinta y tres -dijo Lindsay.

Los presentes intercambiaron discretas miradas de sorpresa al escuchar la oferta. Con la misma voz calmada, Wu superó una y otra vez las ofertas de Lindsay, aunque ésta sabía que tendría que retirarse pronto. Para él, la pieza no valía el dinero que se estaba ofreciendo por ella.

– Cuarenta mil dólares -dijo Wu.

Lindsay se volvió y le miró sin poder creer lo que estaba oyendo. Cuando Wu clavó sus negros ojos en ella, Lindsay supo lo que pretendía. Su tío iba a obligar a Catlin a renunciar al bronce, elevando su precio considerablemente para salvar así la reputación de Lindsay. Wu estaba tratando de salvarla del infierno en que caería si traicionaba sus propios principios.

Casi desesperada, Lindsay miró a Catlin sin pensar en que era el centro de ávido interés entre los reunidos.

– No merece la pe… -empezó.

– Cómpralo.

Era una orden que no admitía réplica. Hubo un movimiento de expectación entre el público, estirándose hacia delante para ver mejor cómo la encargada de un museo obedecía las órdenes de su amante en lugar de las de su jefe. Lindsay apenas reparó en ellos. Todo lo que quería era terminar con la subasta y, con la reputación por los suelos, salir a respirar el aire fresco de la noche.

– Cuarenta y uno -dijo Lindsay con una voz que no era la suya.

– Cuarenta y cinco -dijo Wu.

Lindsay no tuvo necesidad de mirar a Catlin. No podía haberlo dejado más claro. Ni el dinero ni el recipiente eran lo importante en aquel momento.

– Cincuenta -dijo ella.

– Cincuenta y ci…

– Sesenta -le interrumpió Lindsay, sin dejarle terminar su oferta.

Era mucho más de lo que valía la pieza.

Se hizo un silencio eterno en el que Lindsay no apartó los ojos del bronce.

– Sesenta mil dólares americanos -dijo el subastador-. A la una. Sesenta mil a las dos. Sesenta mil a las tres. Adjudicado a la señorita Danner -dijo sonriéndole, pero sin ocultar su curiosidad-. ¿Me permite que sea el primero en felicitar al Museo Asiático por tan excelente adquisición?

– No es para el museo -dijo Catlin claramente-. Es para mí.

Se hizo una pequeña pausa antes de que el hombre se recobrara.

– Tiene usted un gusto excelente, señor. Tengo entendido que sólo hay otros dos recipientes como éste y uno de ellos está en el Museo de Beijing. ¿Hace mucho tiempo que se dedica a coleccionar?

– Gracias -fue la respuesta de Catlin, ignorando la pregunta.

Durante el resto de la subasta, Lindsay permaneció como ida, hasta que escuchó a Catlin despidiéndose de Sam Wang en la puerta principal de la casa.



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