(Mario Conde 03) Mascaras by Leonardo Padura Fuentes

(Mario Conde 03) Mascaras by Leonardo Padura Fuentes

autor:Leonardo Padura Fuentes [Fuentes, Leonardo Padura]
La lengua: eng
Format: epub
publicado: 2012-06-27T14:02:00+00:00


—No. El sabe que soy de la línea machista-estalinista.

—Tú sabrás... Pero te falta algo muy importante en la vida.

—Hasta ahora me voy arreglando así, no te preocupes. Oye, ¿tú conocías a Alexis?

Ela acarició su camafeo y suspiró:

—Fue un horror lo que hicieron con él. Pobre muchacho. Si él no se metía con nadie, ¿verdad?... Porque hay otros que son más agresivos, que se propasan con los hombres, de esos que van a los baños a mirar y esas cosas. Pero él no. Yo soy medio pintora, ya te lo dije, ¿no?, y por eso me gustaba hablar mucho con él, cuando venía a ver a mi tío. Sabía cantidad de pintura, sobre todo de pintura italiana... Y hablando con él me decía que su problema era que él se enamoraba de verdad y que no resistía cambiar de pareja a cada rato.

—Porque elos cambian mucho, ¿verdad?

—Sí, casi ninguno tiene una relación así, de mucho tiempo, y eso era lo que él quería tener. Para mí que él era más mujer que hombre, mujer de la cabeza, ¿me entiendes?

—No, creo que no.

—Mira, a él lo que le hubiera gustado es vivir en una casa con un hombre, que fuera su marido, de él y de más nadie, y entonces ser como la mujer de ese hombre.

¿Ahora sí entiendes?

—Más o menos. Lo que no entiendo es que anduviera por la cale vestido de mujer, como si hubiera salido a buscar a un hombre.

—Sí, eso es rarísimo, porque él era de lo más penoso. Y déjame decirte que los travestís de verdad están asustados porque dicen que a lo mejor es que empezó un linchamiento en cadena. Pero debe de ser histeria de elos.

—Así que son histéricos.

—¿Los travestís? Muchísimo. Como que quieren ser mujeres y no hay mujer que no sea histérica. Pero Alexis no, yo no creo que fuera histérico, aunque era un depresivo de campeonato...

—Poly —se atrevió entonces el Conde—, sabes, es que quisiera escribir sobre este ambiente. Habíame un poco de la gente que está hoy aquí.

Ela volvió a sonreír, siempre podía sonreír, y puso cara de ingenua.

—Tú pareces policía.

El Conde acudió a todo su poder de recuperación:

—Y tú pareces un gorrión posmoderno.

Ahora fue una risa, entrecortada y lenta, que levó la frente de Poly a descansar sobre una rodila del Conde. No, claro que no es un travestí, trató de convencerse.

—Dios, qué horror, si aquí hay de todo —dijo ela, mirando los ojos del policía, como si se tratara de una confesión.

Y el Conde supo que en aquela sala de La Habana Vieja había, como primera evidencia, hombres y mujeres, diferenciables además por ser: militantes del sexo libre, de la nostalgia y de partidos rojos, verdes y amarilos; ex dramaturgos sin obra y con obra, y escritores con ex libris nunca estampados; maricones de todas las categorías y filiaciones: locas —de carroza con luces y de la tendencia pervertida—, gansitos sin suerte, cazadores expertos en presas de alto vuelo, bugarrones por cuenta propia de los que dan por culo



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