Mariana, los hilos de la libertad by José Calvo Poyato

Mariana, los hilos de la libertad by José Calvo Poyato

autor:José Calvo Poyato [Poyato, José Calvo]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Histórico
editor: ePubLibre
publicado: 2013-12-15T05:00:00+00:00


Segunda parte

Una conspiración fracasada, el bordado de una bandera y unos crímenes que se resuelven

33

Granada, febrero del año 1831

El fuerte espíritu religioso que impregnaba la ciudad de Granada era la forma que tenían sus vecinos de sacudirse el peso del pasado musulmán. En pocos sitios podían encontrarse tantas iglesias y conventos. Los granadinos deseaban marcar diferencias con esa parte del pasado que para muchos de ellos suponía un lastre. La ciudad había perdido población en los últimos años, apenas sumaba sesenta y cinco mil almas, cuyas necesidades espirituales eran atendidas por veintitrés parroquias, a las que se añadían cerca de cuarenta monasterios y conventos de frailes y monjas. Esa religiosidad tenía otro referente en la docena de ermitas donde se rendía culto a otras tantas imágenes —a varias se acudía en romería en determinadas fechas—, así como en las hornacinas que, en muchas fachadas, cobijaban imágenes de vírgenes, cristos y santos. A ese perfil religioso se oponía una minoría de librepensadores, entre los que había algunos masones, perseguidos por Fernando VII, que mantenían su actividad en secreto.

En el campo de los liberales cundía el desánimo porque, más allá de las manifestaciones religiosas, todo languidecía. La universidad permanecía cerrada —parte de sus profesores habían sufrido una depuración ideológica— y con el cierre de las aulas habían desaparecido las alegrías estudiantiles. Pedrosa, que continuaba de subdelegado de policía, había prohibido toda clase de publicaciones y no se imprimía un mal periódico. Dos atrevidos impresores que sacaron unas hojas volanderas habían sido condenados a ocho años de cárcel en el presidio de Melilla. Un duro golpe había sido el fiasco con que se saldó la rebelión que iba a encabezar el general Torrijos, en la que estaba previsto alzar las ciudades más importantes de Andalucía; se había desconvocado después de los preparativos realizados en medio de grandes peligros. Pedrosa mantenía un férreo control sobre los más significados liberales que eran objeto de una vigilancia continua. También el Carnaval estaba suspendido por orden gubernativa.

Los condes de Teba habían solicitado permiso para dar en su casa una fiesta el domingo de Carnaval, deseaban celebrar que su hija pequeña, Eugenia, había superado una gravísima enfermedad. Dada la fecha, Pedrosa sospechó que trataban de burlar la ordenanza. En realidad camuflaba una reunión de liberales y para no despertar sospechas se invitó a conspicuos partidarios del absolutismo fernandino, lo que ayudó a conseguir el permiso.

Mariana de Pineda acudió a la fiesta luciendo un vestido de seda encarnada, muy entallado a su cintura, que resaltaba las curvas de su cuerpo. A sus veintiséis años estaba en el esplendor de la vida. Su belleza había madurado y deslumbraba. A su llegada a la casa de los condes saludó a la anfitriona con donaire y doña María Manuela Kirkpatrick exclamó al verla:

—¡Mariana, querida, eres la reina de la fiesta!

—Condesa…, en esta casa sólo hay una reina.

A don Cipriano el parche de su ojo no le restaba apostura. Vestía un llamativo uniforme militar y en su pecho relucían las condecoraciones, alguna de ellas otorgada por José I.



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