Maldad en abril by John D. MacDonald

Maldad en abril by John D. MacDonald

autor:John D. MacDonald [MacDonald, John D.]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Policial
editor: ePubLibre
publicado: 1956-01-01T05:00:00+00:00


CAPÍTULO X

Lenora Parks se había pasado dos horas del jueves por la mañana en la playa privada del club de golf, cerca de su casa, y sólo había regresado a ella a tiempo de pagar a la mujer que se la limpiaba. Parte de las dos horas las había pasado con una vecina y se había alegrado cuando ésta se marchó a cambiarse. Le gustaba la soledad de la playa, el susurro de las olas, sentir el calor del sol en su cuerpo. Le gustaba rodar en su peluda manta y apretar el cuerpo contra la arena caliente que había debajo. La soledad era siempre buena. Pero hoy tenía más motivo que nunca para estar sola y pensar.

Sabía que no podía poner en uso su inteligencia en la forma que le gustaría. Qué bueno sería poder amontonar pensamientos, planes, conclusiones, unos sobre otros como ladrillos, con esquinas bien marcadas hasta formar una sólida estructura. Pero sus pensamientos se parecían más a dardos de plata que cruzaban su subconsciente para introducirse en blancos azarosos. No era capaz de cerrarse al mundo exterior para pensar. El mundo presentaba una miríada de estímulos sensuales que desviaban los dardos plateados. En la playa el calor del sol le había reblandecido los pensamientos hasta hacerle sentir un optimismo perezoso, como drogada. Todo saldría bien. Aún quedaban por delante los mejores años.

Pero ahora se hallaba de vuelta en casa, duchándose, enjabonándose, sintiendo que las agujas de agua le picaban la espalda, y ya no le parecía que nada le saldría jamás bien. Habían pasado treinta y cinco años y nada le había salido como pensara. Nada era como debiera ser. Las cosas se habían torcido al perder a Ben Piersall hacía tiempo. Ben se había convertido en un ser adulto, un hombre lleno de calor, de fuerza, de seguridad. Y ella estaba casada con un niño. Un niño un poco calvo, tripudo, timorato, decepcionante.

No se hacía ilusiones sobre su fidelidad. Ella misma había tenido muchos amoríos a lo largo de sus años matrimoniales. Demasiados. Había buscado algo del resplandor de la magia. Y lo único que había conseguido a cambio era la excitación del placer robado, el leve desprecio de la comunidad, cierta destreza en el arte del amor físico y una prudencia y astucia conscientes.

Hasta hacía poco, el matrimonio le había resultado soportable. Nunca bueno. Pero hasta hacía poco, habían conseguido pasar algunos buenos ratos. Quedarse en casa, emborracharse y reír juntos. Como si se sintieran jóvenes, con toda la vida por delante, con toda la oportunidad de corregir el futuro. Pero ya no se sentían jóvenes. Algo había pasado junto a ellos. Se acordó de una vez, cuando era una niña y sus padres la llevaron a Nueva York. Un domingo por la mañana, en el cuarto del hotel, oyó la penetrante música de las trompetas, el retumbar de tambores, los sones de una banda que se mezclaban con los de otra.

Había esperado con la excitación, la tensión y la impaciencia de los ocho años hasta que sus padres se habían despertado y vestido.



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