Mal de altura by Jon Krakauer

Mal de altura by Jon Krakauer

autor:Jon Krakauer [Krakauer, Jon]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Crónica, Deportes y juegos, Memorias
editor: ePubLibre
publicado: 1996-01-01T05:00:00+00:00


CAMPAMENTO III

- 9 de mayo de 1996 -

7300 metros

Miré hacia abajo. El descenso se presentaba muy poco apetecible […] Demasiado esfuerzo, demasiadas noches sin dormir, demasiados sueños para llegar hasta aquí arriba. No podíamos volver la semana siguiente e intentarlo de nuevo.

Bajar ahora, aunque hubiera sido posible, supondría enfrentarse a un futuro marcado por un gran interrogante: ¿qué podría haber pasado?

Thomas E. Hornbein

Everest: The West Ridge

Aletargado y grogui después de una noche en vela en el campo III, me costó lo mío vestirme, fundir hielo y salir de la tienda el jueves, día 9, por la mañana. Cuando terminé de llenar la mochila y ajustarme las correas de los crampones, casi todo el grupo de Hall estaba escalando hacia el campo IV. Sorprendentemente, Lou Kasischke y Frank Fischbeck iban con ellos. Dado el mal aspecto que presentaban la tarde anterior al aparecer en el campamento, yo había supuesto que tanto Lou como Frank decidirían arrojar la toalla. El que hubiesen resuelto seguir subiendo me impresionó gratamente.

Mientras me daba prisa para alcanzar a mis compañeros, miré hacia abajo y divisé una cola de medio centenar de escaladores de otras expediciones que también subían por las cuerdas fijas; los dos primeros ya estaban justo debajo de mí. Como no quería verme atrapado en lo que sin duda iba a ser un atasco fenomenal (y que, entre otros riesgos, prolongaría mi exposición a la intermitente lluvia de piedras que caían), apreté el paso y decidí ponerme en cabeza de la cordada. Sin embargo, como por la cara del Lhotse subía una única cuerda, no era fácil adelantar a los escaladores más lentos.

La piedra que había golpeado a Andy no dejaba de martirizar mi memoria cada vez que me desenganchaba para adelantar a alguien; el más pequeño proyectil habría bastado para mandarme pared abajo si me hubiera dado mientras me soltaba de la cuerda. Por lo demás, este modo de avanzar como jugando a la pídola no sólo me desquiciaba, sino que era extenuante. Como un coche de pocos caballos tratando de pasar a toda una hilera de todoterrenos cuesta arriba, tuve que pisar el acelerador a fondo durante largo rato para rebasar a otros montañeros, lo cual me hacía boquear de tal forma que temí acabar vomitando en la mascarilla de oxígeno.

Era la primera vez que escalaba con oxígeno, y me costó un poco acostumbrarme. Aunque las ventajas de respirar oxígeno envasado a esas altitudes eran indiscutibles, no lo era menos que a uno le costaba verlas. Mientras trataba de recuperar el resuello después de adelantar a tres escaladores, noté como si la mascarilla me asfixiara, de modo que me la arranqué… pero resultó que sin ella era aún más difícil respirar.

Cuando gané el promontorio de roca calcárea conocido como las Bandas Amarillas, ya estaba situado al principio de la cola, lo que me permitió adoptar un paso más confortable. Marchando sin prisa pero sin pausa, hice una travesía hacia la izquierda por el techo de la cara del Lhotse y luego remonté un peñasco de esquisto negro que se conoce como Espolón de los Ginebrinos.



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