Maddaddam by Margaret Atwood

Maddaddam by Margaret Atwood

autor:Margaret Atwood [Margaret Atwood]
La lengua: spa
Format: epub
ISBN: 9788418363160
editor: 2021
publicado: 2021-08-31T00:00:00+00:00


Compró las prendas y complementos sugeridos, aunque no todos: las gafas redondas le parecían excesivas, al igual que los zapatos. Después se dedicó a ajarlos cuidadosamente: los manchó de comida y pasó por la lavadora una y otra vez. A continuación, tiró su otra ropa en distintos contenedores y borró hasta donde pudo las biohuellas que había dejado en el cochambroso cuarto del Estrella de Fuego.

Tras pagar lo que debía —no era cuestión de que los especialistas en impagos se sumaran a sus perseguidores—, efectuó el trayecto transcontinental hasta San Francisco y, según lo convenido, se presentó en la sede de VitaMorfosis Oeste. Allí, mostró su fraudulenta documentación y escuchó sin un gesto el consabido: «Bienvenido, compañero, es un placer tenerte en nuestro equipo; haremos lo posible para que estés a gusto en la gran familia de VitaMorfosis Oeste», el cual le dedicó el empleado cara de pan que se encargaba de esos menesteres.

No hubo ningún pero: estaban esperando su llegada y lo aceptaron sin más. Perfecto.

Como miembro de la gran familia de VitaMorfosis Oeste, le correspondía un apartamento de soltero en un bloque residencial. ¡Qué diferencia con su antigua dirección! Allí no había cochambre por ninguna parte, el acceso desde la calle estaba primorosamente ajardinado, había piscina y, aunque la decoración del pisito era un tanto espartana, los enchufes y cañerías funcionaban como tenía que ser. La cama de matrimonio lo hizo albergar cierto optimismo: al parecer, en el mundo de VitaMorfosis Oeste, «soltero» no era sinónimo de «célibe».

Las oficinas estaban en un enorme rascacielos. En la cafetería, le dieron una tarjeta de plástico en la que irían anotando sus consumiciones. Todo el mundo tenía cierto número de puntos con los que podía pedir cualquier cosa de la carta. La comida era comida de verdad, no engrudos como los que había tenido que tragarse en Operación Oso, y había bebidas con alcohol, que era lo mínimo que podías exigirle a una bebida.

Las mujeres de VitaMorfosis siempre andaban a paso rápido: era obvio que tenían cosas que hacer y poco tiempo para la cháchara, menos aún para cutres intentonas de ligoteo. Decidió olvidarse de ellas. Sin embargo, y aunque se había jurado andarse con pies de plomo en las relaciones personales —que solían conducir a la formulación de preguntas incómodas—, tampoco estaba hecho de piedra: un par de jóvenes empleadas se habían fijado en el portanombre de plástico que llevaba en la pechera de su camisa —los portanombres eran toda una institución en VitaMorfosis— y una de ellas le había preguntado si era nuevo, pues no creía haberlo visto antes, y enseguida le había confesado que ella misma era tirando a nueva.

¿Al decirlo había meneado un poquito los hombros y parpadeado delatoramente? «Marjorie», leyó él sin demorar mucho la vista en el portanombre prendido sobre un pecho no demasiado prominente —los bimplantes, al menos los más obvios, brillaban por su ausencia en VitaMorfosis—. Marjorie tenía la nariz chata, los ojos oscuros y el rostro aquiescente de un spaniel, y en



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