Luna llena by P. G. Wodehouse

Luna llena by P. G. Wodehouse

autor:P. G. Wodehouse [Wodehouse, P. G.]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Humor
editor: ePubLibre
publicado: 1947-01-01T05:00:00+00:00


CAPÍTULO SÉPTIMO

1

La mañana que siguió a la marcha de lord Emsworth hacia Londres encontró al castillo de Blandings bañándose en la tibieza de un día estival. Un sol que se había levantado con los gallos fue ganando fuerza hora tras hora y brillaba en un cielo de puro zafiro, dorando los campos y viviendas y convirtiendo el lago en una hoja de llamas plateadas. Las abejas revoloteaban por entre las flores, los insectos zumbaban, los pájaros bañaban sus frentes en el rocío de las enramadas y los jardineros sudaban por todos los poros.

Casi al único sitio adonde no llegaban los dorados rayos del sol era el pequeño saloncito de fumar contiguo al vestíbulo. El sol no entraba allí hasta última hora de la tarde, y por esta razón Tipton Plimsoll, después de haber desayunado frugalmente con una taza de café y sus pensamientos, se había refugiado allí para reflexionar sobre la tragedia que había destrozado su vida. No era partidario del sol. Si dependiese de él, aniquilaría aquella radiante mañana, aplastando las cimas de las montañas con soberano desprecio y sustituyéndolo todo con una atmósfera más en concordancia con las condiciones atmosféricas de El rey Lear, segundo acto.

No se necesita gran cosa para dejar a un enamorado deprimido, y el espectáculo que el día anterior le habían ofrecido Verónica Wedge y Freddie arrullándose en el rústico banco había reducido la vivacidad de Tipton a su más bajo nivel. Mientras estaba sentado en aquel saloncito, dándole melancólicamente con el pulgar a una de esas revistas ilustradas por las cuales los propietarios tienen la osadía de cobrar un chelín, experimentaba todos los efectos de una cogorza sin haber tenido el trabajo ni el gasto de cogerla. Si E. Jimpson Murgatroyd hubiese podido verlo, habría quedado impresionado e inquieto, temiendo que le ocurriese cualquier cosa.

Tampoco la periódica publicación que estaba hojeando ayudaba a elevar la tendencia de las ideas. Su contenido consistía casi exclusivamente en fotografías de miembros femeninos de las clases pudientes, y le molestaba que el público tuviese que desembolsar importantes sumas para contemplar a aquellas momias. La única en que se detuvo su mirada mostraba a tres sonrientes muchachas disfrazadas, de izquierda a derecha, miss Cuqui Banks, miss Fifí Bessemer, miss Totó Fosydke y lady Fosdyke, y pensó que en su vida había visto algo tan repugnante. Dio vuelta rápidamente a la página y se encontró con una composición fotográfica de una actriz que miraba por encima del hombro con una rosa entre los dientes.

Estaba a punto de arrojar lejos de sí aquella porquería con un grito de indignación, cuando súbitamente su corazón pegó un salto. Una segunda y más atenta mirada lo convenció de que no se trataba de una actriz, sino de Verónica Wedge en persona. Lo que lo había engañado fue la rosa entre los dientes. Nada en sus relaciones con Verónica le había permitido pensar hasta entonces que ella pudiese ser una mujer fatal.

Los ojos de Tipton estaban anegados en llanto mientras contemplaba aquella adulterada presentación de la mujer que amaba.



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