Luna caliente by Mempo Giardinelli

Luna caliente by Mempo Giardinelli

autor:Mempo Giardinelli [Giardinelli, Mempo]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Erótico, Policial
editor: ePubLibre
publicado: 1982-12-31T16:00:00+00:00


XIV

Antes de las seis de la tarde, Ramiro habló con Juan Gomulka, quien parecía estar de buen humor, escuchando a León Gieco después de dormir la siesta, según le contó. Pero su voz, y su alegría, desaparecieron cuando Ramiro le explicó que su coche debía estar destrozado en un corralón policial. Gritó, insultó, dijo que así se acababa una amistad, que había sido un abuso de confianza. Ramiro lo escuchó lamentarse, respondió a todo que sí y prometió pagarle los daños, en cuanto pudiera. Gomulka juró que no habría dinero en el mundo para pagarle el daño moral, pues ese Ford había sido restaurado con sus propias manos y con piezas originales, no te lo voy a perdonar nunca, me quiero morir.

Ramiro colgó el tubo y se dio una ducha de agua fría. Luego se vistió y caminó hasta la terminal de ómnibus. Tomaría un colectivo que lo llevara a Fontana; no podía dejar de hacerse presente en el velatorio de Tennembaum. Después encontraría alguien que lo trajera de regreso, o tomaría otro ómnibus, y dormiría veinte horas seguidas. No podía hacer otra cosa, respecto del crimen, que cruzar los dedos mentalmente.

Había mucha gente, y todos comentaban la horrible muerte que encontrara el doctor Braulio Tennembaum, ese lugar común. Como si hubiese muertes que no son horribles, pensó Ramiro. No faltaban los que especulaban que podía haber sucedido otra cosa, y con «otra cosa» aludían a las posibilidades de que se tratara de un crimen, o de un suicidio. Todos parecían descartar el accidente y eso los excitaba. Ramiro se sintió realmente incómodo cuando observó que ante su presencia los comentarios disminuían en intensidad. Pero también se dijo que quizá era su propia paranoia la que lo hacía pensar eso.

Y cuando subió la escalera de la casa, bordeando el living donde habían instalado el féretro ya cerrado, con el cuerpo de Tennembaum dentro, se dijo que nunca como en ese momento quería ser un tipo frío y prudente como Minaya Álvar Fáñez, «el que todo lo hace con precaución». Arriba, no se atrevió a ver a la viuda y pensó «al carajo con Minaya» en el momento en que Araceli lo vio aparecer y se dirigió, resuelta, hacia él. Llevaba un vestido muy liviano, negro, entallado en el torso y de falda acampanada y por debajo de las rodillas. Con el pelo negro, recogido, parecía salida de un cuadro de Romero de Torres. Ramiro se preguntó cómo era posible tanta belleza y, a la vez, tanta malicia en su mirada cuando lo besó. Tenía trece años, pero caray, cómo había crecido en las últimas horas. Sintió miedo.

Cuando se hizo noche cerrada, el calor ya era insoportable. Mucha gente se retiró y, en su dormitorio, la viuda no dejaba de llorar. Ramiro se preguntaba si era ya la hora de irse, cuando Araceli lo tomó de un brazo, con aplomo, y le dijo:

—Llevame a caminar.

Se alejaron de la casa, por el camino de tierra, y Ramiro se obstinó en su silencio, sintiendo algunas miradas en su espalda, diciéndose que era una imprudencia.



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