Los Trapos Sucios by Elvira Lindo

Los Trapos Sucios by Elvira Lindo

autor:Elvira Lindo
La lengua: es
Format: mobi
Tags: Infantil
publicado: 2011-01-20T21:24:28+00:00


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Resumen de nuestras desgracias: estábamos seguros de que íbamos a vaciar los bolsillos de los carabancheleros, pero no se estiraron nada. Sacamos un aguinaldo miserable, y encima, lo peor de todo, perdimos al Imbécil por el camino.

Cuando mi madre se dio cuenta de que habíamos vuelto sin el Imbécil se echó las manos a la cabeza como una loca de película (como una de esas locas que acaban tirando los cuadros y quemando las casas) y después de eso, completamente poseída, se quitó las manos de la cabeza, dejándose los pelos descolocados. Las manos entonces vinieron hacia delante, hacia mí, y por un momento yo pensé que venía a agarrarme del cuello y a asfixiarme. Tú en mi lugar hubieras pensado lo mismo. Así es mi vida familiar. Por eso, cuando yo veo una de esas películas de miedo, qué quieres, tío, no me hacen ninguna impresión. Para terror, el que paso yo en mi casa diariamente.

Bueno, debo decir, para no faltar a la verdad, que mi terrorífica madre se conformó con darme la clásica colleja y dejó el ahogarme con sus propias manos para otro momento con más tranquilidad. En navidades estaría feo, y ella es muy navideña.

¿Dónde estaba el Imbécil? Eso me preguntaba yo, eso se preguntaban mis amigos y eso te preguntas tú. Mi madre nos preguntaba:

–Pero ¿se puede saber en qué momento lo perdisteis, pedazo de idiotas?

No, no se podía saber, sencillamente porque ninguno de nosotros nos habíamos acordado de él en todo el rato. Mi madre me gritó:

–¡Eso me pasa por confiar en ti!

Y yo pensé: «Eso te pasa por obligarme a llevarlo».

Sí, pensé eso, ya sé que soy un canalla, no hace falta que me lo repases por la cara.

Mi madre se puso el abrigo y bajamos corriendo las escaleras, ella y sus cinco pastorcillos (los idiotas: el Orejones, Yihad, Paquito Medina, yo y Mostaza). Teníamos que volver por cada uno de los sitios en los que habíamos estado.

Entramos en primer lugar en el Tropezón. En ese momento acababa de terminar la final de la Copa de Navidad de Guiñote. La había ganado mi abuelo y sus amigos lo estaban paseando a hombros de un lado al otro del bar. Mi abuelo gritó desde las alturas:

–¡Una ronda para todos, que invita el ganador!

Mi madre lo miraba con cara de odio desde la puerta.

–Otro idiota -dijo como para ella-, y éste también es de mi familia.

Yo intentaba decirle que se viniera a ayudarnos en la búsqueda angustiosa, pero mi abuelo no se enteraba de nada.

–¡Papá -le gritó mi madre-, que se ha perdido el nene!

Mi abuelo la saludó desde arriba con su vaso de vino.

–Vamonos, niños, que aquí estamos perdiendo el tiempo -dijo mi madre.

Ya nos íbamos cuando de repente sonó un golpe y un grito de dolor. El ruido era del ventilador y el grito de mi abuelo. Los que le llevaban a hombros habían saltado más de la cuenta y le habían golpeado la cabeza contra el ventilador del techo. Mi madre dijo con rabia contenida:

–Se lo tiene merecido.



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