Los Thibault by Roger Martin Du Gard

Los Thibault by Roger Martin Du Gard

autor:Roger Martin Du Gard
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Bélico, Drama, Histórico
publicado: 1940-01-01T00:00:00+00:00


XIV

JACQUES, parado en la esquina de la calle de la Universidad, contemplaba su casa natal. Cubierta por el andamiaje, estaba desconocida.

«Es cierto —pensaba—. Antoine proyectaba toda clase de reformas…»

Desde la muerte de su padre había estado dos veces en Paris, pero sin venir a su antiguo barrio, sin siquiera comunicar el viaje a su hermano. Éste le había escrito afectuosamente varias veces en el curso del invierno. Jacques, por su parte, se había limitado a enviarle unas cordiales y lacónicas tarjetas postales. Ni siquiera había hecho excepción para contestar a una larga carta de negocios relativa a la herencia; en cinco renglones había expresado su negativa categórica, y apenas motivada, de entrar en posesión de su parte de herencia y le rogaba a su hermano que no volviera a hablarle de «todo aquello».

Estaba en Francia desde el martes anterior. (Al día siguiente de la reunión con Böhm, Meynestrel le había dicho: «Vete a Paris. Es posible que te necesite allí en estos días. De momento no puedo concretar nada. Aprovecha para pulsar el ambiente, para ver de cerca lo que sucede; entérate de cómo reaccionan los medios izquierdistas franceses; especialmente el grupo de Jaurès, esos señores de L’Humanité… Si el domingo o el lunes no has recibido noticias mías, puedes volverte. A menos que creas poder ser útil allí.») Durante estos días no había tenido tiempo —o valor— para venir a ver a Antoine. Pero los acontecimientos le parecían adquirir tanta gravedad de día en día que había decidido no volver a marcharse sin haber hablado con su hermano.

Con la vista fija en el segundo piso, en el que se alineaban las persianas nuevas, trataba de encontrar «su» ventana, la de su habitación de niño… Todavía estaba a tiempo de dar media vuelta. Vaciló. Finalmente, atravesó la calle y entró en el portal.

Ya no conocía nada; en la escalera, paredes de estuco y grandes cristaleras reemplazaban al oscuro dibujo de los flores de lis, a las balaustradas torneadas, a las vidrieras medievales de antaño. Lo único que no había cambiado era el ascensor. Seguía haciendo el mismo chasquido breve, luego el rechinar de cadenas y ese rugido untuoso que precedía a la puesta en marcha, que Jacques no podía oír nunca, cuando volvía a casa, sin sentir una opresión en el corazón, sin volver a revivir repentinamente uno de los momentos más crueles de su infancia humillada: la vuelta a la casa paterna, después de su escapatoria…

Aquí había sido, sólo aquí, en esta cabina estrecha a la que Antoine le había empujado, donde el fugitivo se había sentido verdaderamente atrapado, impotente… Su padre, el reformatorio… Y, ahora, en el presente de su vida, Ginebra, la Internacional… La guerra, tal vez…

—Buenas tardes, León. ¡Parece que hay modificaciones!… ¿Está mi hermano?

En lugar de contestar, León miraba con expresión de sorpresa a este aparecido. Por último, guiñando los ojos, dijo:

—¿El doctor? No… Es decir, sí… ¡Para el señorito Jacques, con toda seguridad!… Pero está abajo, en las oficinas… El señorito Jacques tendrá que bajar un piso… La puerta está abierta, el señorito no tendrá nada más que entrar.



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