Los tendederos by Adrián Gaston Fares

Los tendederos by Adrián Gaston Fares

autor:Adrián Gaston Fares [Fares, Adrián Gaston]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Relatos
editor: ePubLibre
publicado: 2019-05-14T04:00:00+00:00


Bajo la manta

En un apartamento de dos ambientes, dos hombres están de pie frente a un pequeño cuadro. Es un cuadro abstracto, extravagante y tenebroso. En realidad, parece un oscuro arácnido aplastado contra el lienzo. Pero no existen arañas tan grandes.

Jorge, que parece tener unos cuarenta años, se toca la barba. Marcelo, que es un poco más joven, observa el retrato con las manos cruzadas detrás de su espalda. Los dos visten trajes negros. Jorge usa anteojos y Marcelo es un hombre de pelo crespo. Jorge niega con la cabeza

–Y decía que era el retrato de Laura.

–Parece un gargajo gigante–comenta Marclo.

–Para Iván no, siempre me dijo que lo pintó mientras Laura modelada, decía que si se miraba bien ella estaba ahí–dice Jorge.

–Sabés qué–dice Marcelo–teníamos que haber sospechado que se iba a volar los sesos... Un tipo que pensaba todo al revés.

Jorge está preocupado. Mira su reloj.

–¿Será puntual esta Laura?

Se miran entre ellos, esparciendo de vez en cuando su mirada por los trazos finos y negros del cuadro, como si esperaran que algo cambiase y eso los entretuviera. Entonces suena el timbre.

Marcelo sale por una puerta. Jorge se da vuelta y se alisa el pelo.

Entra Laura. Se pone a mirar el cuadro, suspira. Detrás está Jorge con una sonrisa bastante ladina. Laura, afectada, pregunta.

–¿Tenía que ser acá?

Jorge abre su saco y señala una carta escondida en el bolsillo interior. La toma y se la pasa a Laura. Ella la lee caminando lentamente mientras los dos hombres tienen clavada la mirada en el suelo.

Laura deja la carta sobre un cenicero que está en la mesa que también tiene un velador de pantalla de cristal color crema. Laura mira seriamente a los dos hombres. Marcelo, impaciente, dice:

–Su último capricho.

Laura mira la carta en el cenicero. Busca detrás de los dos hombres. Debajo de los rieles que sostienen una cortina mustia, descolorida, apenas separado, está ubicado un caballete con un cuadro que está tapado con una manta blanca. Laura camina hasta el caballete. Las miradas de los dos hombres la siguen. Va tocar la manta cuando Jorge da un paso.

–Nos mandó otra carta diciendo que nos fijemos que se cumplan sus condiciones en demostración de nuestra amistad y que no te contemos el propósito de la reunión hasta que llegaras.

–Vos leíste bien. Tenés que quedarte hasta las doce de la noche sola en esta habitación–agrega Marcelo– y cuando ese reloj –. Señala un reloj cuyas manecillas dan vuelta alrededor de la Torre Eiffel– dé las doce te acercás y sacás la manta.

Laura mira el suelo, gira y da la espalda a los hombres.

–Queda en vos, Laura, cumplir o no con la espera. Nosotros vamos a estar en la cocina. Dejá tus cosas por ahí, ponete cómoda–dice Jorge.

–Me voy a poner la alarma del celular así no tengo que estar mirando ese reloj todo el tiempo.–agrega Laura

–Perfecto–contesta Marcelo.

El reloj colgado en la pared marca las nueve y veinte de la noche.

Jorge y Marcelo se dirigen a la puerta y salen a la cocina. Antes de salir, Marcelo mira hacia atrás, a Laura, con una mezcla de bronca y pena.



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