Los ritos del agua by Eva García Sáenz de Urturi

Los ritos del agua by Eva García Sáenz de Urturi

autor:Eva García Sáenz de Urturi [Eva García Sáenz de Urturi]
La lengua: spa
Format: epub, mobi
Tags: Thriller
ISBN: 9788408170877
editor: © Grupo Editorial Planeta S.A.I.C.
publicado: 2017-03-29T22:00:00+00:00


24

LA CRIPTA DE LA CATEDRAL NUEVA

5 de diciembre de 2016, lunes

Crucé a través de los bancos de madera brillantes de barniz en el subsuelo de la catedral. Estaba rodeado de columnas de piedra gruesas como secuoyas y de vidrieras que me miraban con sus iris de colores imposibles.

—Sin móvil, entiendo. Si no, me abro —me susurró MatuSalem con su voz de preadolescente cuando me senté mirando un altar vacío.

—Ajá —me limité a contestar con un murmullo.

No había nadie en aquella oquedad de arcos y relieves de granito. Pero aun así, no alcé la voz.

—Toma, para que nos comuniquemos analógicamente —dijo, y me tendió un cuaderno y un lápiz HB del número 2.

—Tú dirás para qué me has traído a tu caverna más profunda —escribí sin mirarlo.

—Te he traído para advertirte.

—¿De qué? —pronuncié de viva voz.

—De que has metido la pata hasta el trigémino poniendo a disposición de Golden Girl el contenido de tu móvil.

—¿Y eso, por qué?

—Porque, amigo, Golden está haciendo preguntas muy raras en la Deep Web. Y nada de lo que ocurre en la Deep Web puede ser tomado a la ligera. Y Golden no era de pasearse por el inframundo, tío. Pero fue encontrar algo, no sé qué, en tu móvil y comenzar a meter horas buscando dios sabe qué.

La Deep Web o Internet Profunda era ese noventa y ocho por ciento de webs y foros que no salen en los buscadores. Todos ilegales, el supermercado del delito más grande de la historia de la humanidad: sicarios, drogas, armas, tráfico de personas. El lado oscuro del comportamiento humano. Depravados y depredadores, básicamente. Adentrarse en ella, aunque solo fuera para curiosear, pasaba factura incluso a los más expertos en informática: los ordenadores o móviles quedaban, pese a que el dueño advenedizo no lo advirtiera, a merced de los crackers, o hackers de black hat. Cualquier dispositivo que se hubiera atrevido a semejante suicidio pasaba a formar parte de redes inmensas de botnets u ordenadores zombies: las fotos, los contactos, las tarjetas de crédito, las contraseñas. El peaje por bajar al Infierno de Dante virtual salía más que caro. Había que ser muy naif para pensar que se podía salir indemne de la excursión.

—¿Y tú eso cómo lo sabes, Matu? No me jodas que me sigues monitorizando, porque me cabrearía mucho, la verdad.

MatuSalem leyó lo escrito en su cuaderno y se caló la capucha un poco más para que no le viera los ojos. Se había dejado crecer el pelo y lo había teñido de un azul angelical. Ese crío parecía salido de un dibujo manga: facciones perfectas, ojos grandes de cervatillo, mejillas sin rastro de vello facial. La difunta Annabel Lee lo habría fichado como musa para sus cómics.

—Te lo dije una vez frente al mural del Triunfo de Vitoria, Kraken: Fidelitas. Es lo mío.

Me tomó unos segundos atar cabos.

—Acabáramos: te lo ha pedido Tasio.

—Digamos que antes de marcharse a tierras americanas me encomendó una misión sagrada. Te tiene aprecio, tío. Y eso en Tasio tiene mérito, ahora que desconfía de media humanidad después de que lo pusierais en la trena sin ser culpable.



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