Los pies descalzos by Luis Enrique Erro

Los pies descalzos by Luis Enrique Erro

autor:Luis Enrique Erro [Erro, Luis Enrique]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Realista
editor: ePubLibre
publicado: 1951-11-15T00:00:00+00:00


* * *

Genoveva se fue a oír la ópera muy cavilosa. Don Fermín oyó la ópera muy divertido. Aunque no tenía la menor idea de lo que ocurría en el escenario, todos aquellos cantos y gorgoritos le parecían una verdadera obra de arte. Lo que más le llamó la atención fueron las mujeres en los palcos, plateas y lunetas. Le parecía a él que para llevar aquellos cuerpos como los llevaban tenían que ir, por fuerza, muy artificiosamente fajadas. Así se lo dijo a su mujer, quien rió mucho de la ocurrencia. Genoveva estuvo también contentísima. Al regresar a casa, don Fermín llevaba mucho sueño, pero Genoveva le hizo una tan inesperada y estupenda proposición que se le despejó el sentido y quedó más despierto que si acabara de levantarse.

Pasó así. Don Fermín, durante la ópera, había estado haciendo, allá en sus adentros, muchos cálculos y cavilaciones acerca de su trabajo en la laguna, que a su ver estaba por empezar, pues lo que llevaba hecho no era otra cosa que despejar de obstáculos la ribera e ir siguiendo al ingeniero en la desecación. Esto lo pensaba sin desatender a la música y aun ayudado por ella, que le daba un fondo variado para sus cavilaciones. Desde que había sido trojero hasta ahora, no había cavilado tan despacio en sus cosas. El resultado de sus cavilaciones en el teatro era muy bueno. Veía bien que la ocasión de hacerse de una buena fortuna la tenía en la mano. Era cuestión de unos años más de trabajo. Y de un trabajo que ya conocía bien y de cuyos resultados no le cabía duda. Así es que regresó con sueño pero animoso.

Genoveva, siempre desvelada, le invitó a que antes de acostarse se bebieran un vaso de vino acompañado de unas rueditas de salchichón, lo que a don Fermín le pareció de perlas. Y Luz, siempre vigilante, apareció en el comedor para arreglar la mesa y traer de la despensa lo que hiciera falta.

Luz, sin desatender al niño un instante, había aprendido a hacer cuanto hacían las demás sirvientas en aquella casa. Se esmeraba en todo y trataba de ser útil en cuanto podía. Hubiera querido tener cinco pares de brazos y cinco cuerpos para que ahí no hubiera menester de más sirvienta que ella. Y con que le dejaran al Bebé para ella sola se consideraba gloriosamente retribuida. Después se fue a acostar bajo la admonición de Genoveva de que no dejara al niño solo. Admonición a la que aquella noche Genoveva le dio, con la voz, el carácter de un mensaje que contenía una significación secreta para todos y sólo inteligible para ellas dos.

Cuando Luz se retiró, Genoveva le hizo a su marido esta proposición, que como ya dijimos, fue para él estupenda e inesperada:

—Fermín, ya tu hijo tiene un año cumplido. Vámonos de América. Regresemos a España.

Más que otra cosa fue la voz lo que llamó con fuerza la atención de don Fermín. La voz de Genoveva era por costumbre quieta y sedante.



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