Los perros perseguidos by Richard Adams

Los perros perseguidos by Richard Adams

autor:Richard Adams [Adams, Richard]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Drama, Aventuras
editor: ePubLibre
publicado: 1977-01-01T00:00:00+00:00


* * *

—Muerte accidental —dijo Robert Lindsay—. Bien, eso es lo único que podía descubrir… no podía ser otra cosa, ¿verdad, Dennis?

—Podría haber pensado en el suicidio, de haber querido —observó Dennis.

—No, dada la evidencia. Nada llevaba a pensar en eso. Si ese individuo Efraim está solo y muere con una escopeta, de pie al lado de su automóvil, tiene derecho al beneficio de toda la duda concebible; y no se conocen pruebas de que tuviese tendencia al suicidio. No, el coroner tuvo razón… Por lo que se sabe fue un accidente. Dennis, eso está claro como el día.

—No dijo una palabra acerca del perro, ¿verdad? —dijo Dennis—. Y sin embargo, el condenado perro lo provocó. Mire, fue lo mismo que si el perro lo hubiera liquidado.

—¿Cree que el perro disparó la escopeta y lo mató?

—Sí, eso creo. Mire, Bob, lo vieron escapar hacia el páramo como alma que lleva el diablo.

—El coroner tampoco pudo mencionar eso como prueba. Y si lo hubiera hecho, de todos modos podría considerárselo muerte accidental, ¿no cree? La intervención del perro es un accidente, tanto como un disparador muy liviano, o cualquier otra cosa.

—Sí, así sería, Bob, pero creo que si le hubiese achacado la culpa directamente al perro, se habría ordenado a la policía que lo buscase y lo matara. Según están ahora las cosas, nuestra situación es la misma que al comienzo. Podría perder dos ovejas más esta noche, y yo tres más la próxima semana, y a nadie le importaría un rábano. El Centro de Investigación no compareció en la encuesta… Nada que temer. Nada que hacer con ellos…, y ellos no harán nada, salvo que los obliguemos.

Hubo una pausa mientras Robert chupaba el mango de su bastón y pensaba lo que deseaba decir. Dennis encendió un cigarrillo y arrojó la cerilla apagada por encima de la cabeza de su perro, entre los altos pastos que crecían junto al muro.

—Dennis, es necesario que una serie de tipos se vean obligados a comparecer y contestar preguntas —dijo al fin Robert—. Hay que obligarlos a hablar.

—¿Escribir a nuestro representante en el Parlamento? —preguntó Dennis—. No puede…

—No, nada de eso. Hay otra gente; me refiero a los periodistas. ¿Vio el Heraldo Londinense de ayer?

—No, nunca lo leo. Regresé tarde de Preston…

—Bien, envían un cronista de Londres… Un cronista especial, según dicen, para informar todo el problema y llegar al fondo del asunto. Parece que la muerte de Efraim los decidió. Un hombre llamado Driver…, sí. Un tipo realmente astuto…, y muy hábil.

—Sí, pero ¿dónde está? No nos servirá de mucho si no podemos encontrarlo, ¿verdad?

—La policía de Coniston estuvo esta mañana en casa de las jóvenes Dawson —observó Robert.

—¿Realmente?

—Sí, estuvieron… Y los acompañó un hombre del Centro de Investigación. Dos perros con collares verdes volcaron los cubos de basura de las Dawson por la mañana temprano. Phyllis atrapó a uno por el collar y telefoneó a la policía, pero el animal escapó por el caño de desagüe antes de que el joven del Centro pudiese agarrarlo.



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