Los otros son más felices by Laura Freixas

Los otros son más felices by Laura Freixas

autor:Laura Freixas [Freixas, Laura]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Realista
editor: ePubLibre
publicado: 2011-11-08T16:00:00+00:00


* * *

La historia, según he ido sabiendo, empieza un poco más atrás, unos meses antes. En la autoescuela, don Jaime tenía socios, pero socios que solo habían invertido, no se ocupaban de la empresa; y mi padre asegura haber descubierto que por muy señorito y de buena familia que fuese, don Jaime hacía alguna que otra trampa: había comprado un coche, por ejemplo, con dinero de la autoescuela, pero lo usaba él, hacía obras en su casa y las cargaba a la empresa… Lo más grave es que había necesitado dinero para atender un pago de otro de sus negocios, y le había pedido a mi padre, cuya firma era necesaria en tanto que contable, que le «prestara» una cantidad importante sacándola de la autoescuela. Mi padre accedió, confiando en que don Jaime devolviera pronto el dinero. Pero pasaban los meses, y don Jaime le daba largas.

Don Jaime tenía una cuenta en Suiza, y de vez en cuando, una o dos veces al año, iba allí a meter o a sacar dinero… Sí, claro que era ilegal. Dinero negro. Don Jaime pasaba la frontera con el dinero metido dentro del forro de un chaquetón… Sí, mi padre no solo lo sabía, sino que le había acompañado dos o tres veces. Era un secreto, ni siquiera se lo había dicho a mi madre —iba en julio, mientras nosotras estábamos en La Era—; a mí me lo contó mucho más tarde.

Mi padre azuzaba a don Jaime para que fuera a Suiza y sacara el dinero suficiente para tapar el agujero antes de que los socios se dieran cuenta. Pero claro, su posición, la de mi padre, era difícil, porque estaba entre dos fuegos. Si los socios se enteraban, podían pasar muchas cosas, pero de un modo u otro mi padre saldría perdiendo: los socios exigirían que se le despidiera, o incluso, en sus peores pesadillas, mi padre temía que el papel que le había firmado don Jaime no fuera suficiente, que don Jaime no reconociese su firma y dijese que era él, mi padre, quien sin su conocimiento había sacado el dinero y se lo había quedado, y que terminase en la cárcel. Pero si tomaba la iniciativa de hablar con los socios y estos hablaban a su vez con don Jaime, podía ser que la cosa se arreglase entre ellos, o no, pero de lo que no cabía duda es de que don Jaime despediría ipso facto a mi padre.

En estas estaba, cuando pasó algo que mi padre me ha contado pidiéndome que no se lo dijera a mi madre, y que explica la decisión que finalmente tomó. Y es que mi padre tenía noticias sobre la marcha de la empresa a través —y por eso no quería que mi madre lo supiera— de aquel vecino del pueblo, Gumersindo, el Gúmer, al que mi madre había echado una bronca, ¿te acuerdas?, por vivir con una mujer con la que no estaba casado.

El Gúmer, como te dije, trabajaba con don Jaime, por recomendación de mi padre.



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