Los olvidados by Chris Lloyd

Los olvidados by Chris Lloyd

autor:Chris Lloyd [Lloyd, Chris]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Intriga
editor: ePubLibre
publicado: 2021-05-18T16:00:00+00:00


23

Auban no estaba en el Treinta y Seis cuando llegué. No me preocupé demasiado. Lo que sí me preocupó fue que, por el rabillo del ojo, sentado mirándome, podía ver una versión más joven de mí mismo que había escondido en una celda oscura hace mucho tiempo. Cuanto más intentaba encerrarlo, más trataba de salir.

Estaba seguro de que Auban tenía que ser el policía corrupto al que se refería Pepe. Yo quería que fuera él. De lo que no estaba tan seguro era de hasta dónde podía llegar. Había sido el primer detective en presentarse en la escena del crimen el día en que se encontraron los cuerpos, alertado por Font y Papin. Pensé en su posible participación en la promesa de sacar a los refugiados de la ciudad y, más tarde, en sus asesinatos, y me alegré un poco de haberlo golpeado. El yo que vislumbraba por el rabillo del ojo tenía una sonrisa malévola que nunca me había visto esbozar.

Dos soldados alemanes aparecieron en mi puerta y me ordenaron que fuera con ellos, salvándome así de esa línea de pensamientos.

—Estoy ocupado.

—Tenemos órdenes de llevarlo por la fuerza si es necesario —me dijo el mayor de los dos.

Ninguno de ellos tenía ribetes azules en sus uniformes, eso era lo único positivo que deduje.

—Ya se lo he dicho. No voy a ir con ustedes.

Uno de ellos levantó su ametralladora y me apuntó.

—Bueno, ya que me lo pide con amabilidad…

Al bajar, me llevaron a la parte trasera de un coche oficial de la Wehrmacht. El soldado joven se subió al asiento del copiloto. El otro se metió en la parte de atrás conmigo. Le pregunté qué pasaba, pero me indicó que permaneciera en silencio mientras el conductor cruzaba el río y atravesaba tranquilamente la ciudad. Los alemanes habían establecido un límite de velocidad diurna de 40 kilómetros por hora, y por lo que pude comprobar, este tipo era el único miembro de su ejército que lo cumplía. Estaba dividido entre el alivio y la irritación. El coche se detuvo frente al Hotel Lutétia, así que no ganó ni una emoción ni la otra. La imponente prisión de Cherche-Midi estaba en silencio en la acera opuesta. En situaciones normales se utilizaba para albergar a los prisioneros militares, pero la habían vaciado dos días antes de que llegaran los alemanes, y a sus internos los habían enviado a un campo de internamiento en Dordoña. Me pregunté cuánto tiempo tardarían los alemanes en meter gente en una de sus doscientas celdas de aislamiento. Sentí que me recorría un escalofrío.

Los dos soldados me llevaron a la misma habitación del Hotel Lutétia en la que había estado la última vez. Todavía tenía un aire improvisado. La atmósfera era sofocante a pesar de que había una ventana abierta. Un camarero francés estaba recogiendo una bandeja con una taza de café y un plato vacíos cuando me hicieron pasar. Esta vez, mi determinación no iba a ser puesta a prueba con una comida no racionada.

Hochstetter cruzó las piernas y dio una larga calada a un cigarrillo.



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