Los O'Dwyer 02 - Hechizo en la niebla by Nora Roberts

Los O'Dwyer 02 - Hechizo en la niebla by Nora Roberts

autor:Nora Roberts [Nora Roberts]
La lengua: spa
Format: epub
editor: Penguin Random House Grupo Editorial España
publicado: 2014-09-03T22:00:00+00:00


Tardó casi una hora en dejar atendidas a las aves y resolver parte del papeleo que Kyra le había dejado adrede en su mesa. Le llevó más tiempo añadir otra capa de protección en torno a la escuela. Cabhan había entrado en el picadero una vez. Podría intentarlo con los halcones.

Cuando hubo terminado todo lo que había pendiente y cerrado a cal y canto, el día ya había perdido su viveza. Los días eran más cortos, pensó mientras se quedaba un momento allí, de pie, y abría sus sentidos. No percibió ninguna amenaza, ninguna presencia al acecho. Se permitió alcanzar a Roibeard, unirse al halcón, y a través de sus ojos vio con nitidez el picadero, el bosque, la casa, la paz a ras de suelo.

Ahí estaba Mick, pequeñito como una bujía, subiéndose a su camión y sacando la mano por la ventanilla para saludar a Patti cuando la chica se montó en su moto.

Y ahí, debajo de él, se alzaba la magnífica casa de piedra de Fin, los prados y potreros. Iona estaba superando un obstáculo con Alastar.

Se deslizó con fluidez, planeando en el viento, y bajo él estaba Branna, recogiendo hierbas en el huerto. Entonces se enderezó, levantó la vista y tuvo la impresión de que lo miraba a los ojos.

Y esbozó una sonrisa, alzando una mano antes de llevarse las hierbas consigo adentro.

Todo estaba bien, se dijo Connor, y aunque siempre sentía una cierta punzada de pesar, volvió por completo a la tierra. Satisfecho, se subió a su camión.

Condujo hasta el picadero... y, de repente, sintió un cálido burbujeo en su sangre cuando vio a Meara salir con Boyle. No cabía duda de que era una belleza, una belleza terrenal con chaqueta y pantalones de trabajo, y unas botas cuyas suelas tendrían casi con toda seguridad cientos de kilómetros andados, tanto a pie como a caballo.

Más tarde tendría el placer de quitarle aquellas desgastadas botas, aquellos pantalones de equitación. Y de deshacer esa gruesa trenza para poder embriagarse con su rizado cabello castaño.

—Boyle, ¿quieres que te lleve? —le dijo a través de la ventanilla abierta.

—Gracias, pero no. Os seguiré.

De modo que se inclinó hacia la izquierda y le abrió la puerta a Meara.

Ella se subió; olía a caballo, a heno y a jabón para cuero.

—Joder, ha sido un día y medio condensado en uno solo. La celebración de los McKinnon está removiendo cielo y tierra. Tenemos grupos para mañana hasta las dos en punto, y según me han dicho la boda es a las cinco.

—Lo mismo que nosotros.

Dado que ella no hizo nada, Connor le puso la mano en la nuca y la atrajo para darle un beso.

—Buenas noches.

—Buenas noches. —Sus labios se curvaron—. Me preguntaba si te sentías un poco descolocado después de pensarlo durante el día.

—No he tenido demasiado tiempo para pensar, pero estoy perfectamente bien.

Giró con el camión, alejándose del picadero con Boyle detrás.

—¿Has visto al lobo? —le preguntó a Meara.

—Sí que lo he visto. Boyle no ha podido contarme demasiado porque hemos estado



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