Los hundidos by Daniel Mendelsohn

Los hundidos by Daniel Mendelsohn

autor:Daniel Mendelsohn [Daniel Mendelsohn]
La lengua: spa
Format: epub
ISBN: 9788432235054
editor: PLANETA
publicado: 2019-01-06T16:00:00+00:00


Y eso es todo lo que puedo contar. Tras el almuerzo, pasamos a la sala de estar donde ella habló durante horas y, para mi deleite, su cuñado también, sobre su niñez en Bolechow durante la primera guerra mundial, sobre la casa de la calle Dlugosa en Bolechow en la que nació y que finalmente heredó y en la que vivió con su esposa e hijo que, al contrario que él, no sobrevivieron, sobre la calle a la que se había mudado Shmiel Jäger en un momento dado en los años treinta con su esposa y sus cuatro hijas («¿el carnicero? Era un hombre muy alto y fuerte, muy agradable, claro que lo conocía, nos encontrábamos muy a menudo, a las hijas no las recuerdo tan bien»); sobre cómo, cuando se ofreció voluntario para el ejército polaco al estallar la guerra en 1939, había sido rechazado por ser judío. («Y yo era ingeniero, ¡y necesitaban ingenieros!», exclamó, riendo con un entusiasmo sorprendente para alguien que había vivido casi un siglo. Calló por un instante y después exclamó «¡Así era Polonia!».) Aunque no puedo dar demasiados detalles sobre lo que se contó aquel día, puedo decir que estaba contento de que, por el motivo que fuera, Meg hubiera cambiado de opinión y hubiera hablado con nosotros sobre muchas cosas y de que aquel día su cuñado se hubiese sentido con fuerzas suficientes para ponerse la bata y recorrer el pasillo tan laboriosamente y sentarse con nosotros durante unas horas.

Justo antes de retirarnos de la mesa, el señor Grossbard se inclinó hacia mí y dijo con su voz aflautada: «Bolechow era un lugar con tres culturas y todos nos llevábamos bien».

Asentí.

«Era un lugar humano», añadió.

Asentí de nuevo.

«Era un lugar humano», repitió, «donde no había antisemitismo.»

Lo pronunció, antisemi-TIS-m.

«¿No había antisemitismo?», pregunté. Puede que yo sea un sentimental, pero de todos modos conozco los peligros de la falsa nostalgia.

«Bueno, lo había, pero todos necesitaban a los demás, ¿sabe? Los polacos necesitaban a los judíos por las tiendas, los judíos necesitaban a los polacos por las oficinas. Los ucranianos vivían en los alrededores, pero traían comida y madera todos los días de mercado, todos los lunes.»

Ya lo sabía. «Y cada Kol Nidre, el silvicultor ucraniano se asustaba tanto porque el pueblo se volvía tan silencioso y las montañas tan oscuras, que bajaba de la montaña y pasaba la noche, la única noche del año, con una familia judía, porque tenía miedo de Yom Kippur.»

«Así que estaban los ucranianos», dijo el señor Grossbard. «Y todos necesitaban a los demás: después de que se acabara el día de mercado, los ucranianos iban a tomar cerveza a los hoteles judíos. ¡Y era cerveza judía! Y los ucranianos traían la madera para las casas. Y los judíos vivían en el centro de Bolechow, vivían encima de sus locales, o cerca de ellos. Y todas las tiendas eran judías. Así que se respetaban entre sí. La actitud era de respeto.»

Habló de los parques, de su niñez, de los conciertos de la orquesta y los paseos, de las señoras con sus parasoles que caminaban entre los árboles.



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