Los hombres que comían naranjas by Antonio Canales Marqués

Los hombres que comían naranjas by Antonio Canales Marqués

autor:Antonio Canales Marqués [Canales Marqués, Antonio]
La lengua: spa
Format: epub, mobi
Tags: Novela, Ciencia ficción
editor: ePubLibre
publicado: 2009-12-31T16:00:00+00:00


XIX

Zona Prohibida.

Costa Atlántica.

Año 308 D. R.

Juan Almagro golpeó la puerta de la cabaña. No contestaba nadie. Echó un vistazo a su alrededor, el sol pegaba ya de lleno y parecía rebotar en el mar. Decenas de cabañas al estilo bungalow abarcaban todo el poblado. La gente se afanaba en tareas de reconstrucción de sus propios hogares. Los que habían tenido la suerte de que sus casas quedaran en pie ayudaban a los más perjudicados. Otros, los más madrugadores, habían salido antes del alba con las barcazas a pescar, y solo dentro de un rato una docena de hombres irían a cazar algún animal.

La casa de Lewis había quedado intacta, y era de lejos la cabaña más amplia, aunque no la mejor. La puerta se abrió y un legañoso hombre con una pipa en la boca le ofreció entrar.

Tuvo que agachar su metro ochenta de estatura ante una puerta bastante más reducida. Una vez dentro la techumbre se expandía en forma de cono.

El interior era sobrio, con un par de mesitas rústicamente talladas en madera, varias sillas apiladas que como supo más tarde servían de improvisadas butacas de reunión, y bastante flora autóctona que adornaba las paredes. En el fondo se podía ver otra habitación muy pequeña con una litera vieja desecha.

—Señor Almagro. Bienvenido a mi humilde morada.

—Gracias, señor.

—¿Le apetece tomar algo? Tengo agua… —Se rascó la frente mientras pensaba— zumo de coco, y un excelente licor casero con alcohol que hacemos por aquí. Yo me voy a desayunar uno, ¿le pongo otro?

Juan asintió sonriendo mientras se sentaba en una de las dos sillas libres que estaban junto a una mesa de la cabaña.

El viejo se sentó en el suelo de madera, golpeó un tablón que parecía suelto, y metió casi todo su brazo para coger algo por el hueco. Sacó una botella de vidrio bastante vieja tapada con un corcho.

—Esta casa se sustenta sobre rocas naturales a las que no pega el sol nunca. Llega la brisa marina y algunas veces las mareas, y mantiene frescas muchas cosas, entre ellas este brebaje.

Sobre la mesa dejó dos pequeños cuencos de madera que había sacado junto a la botella y sirvió las improvisadas copas.

—¿Cuánto tiempo lleva con nosotros, señor Almagro? —preguntó Lewis.

—Pues yo diría, que unos tres meses, más o menos.

El anciano empezó a asentir con la cabeza.

—Claro, por eso no te recuerdo, hijo.

Juan mostraba cierto desconocimiento ante las palabras de su acompañante.

—Todos los que recogemos del destierro, y llegan aquí, más tarde o más temprano pasan por el consejo. Sí, ya sé que te estarás preguntando que es el consejo. Bueno, pues el consejo es un grupo de doce personas que mantenemos un poco el orden del poblado, con unas normas mínimas de convivencia. Pasáis por aquí, nos decís que habéis hecho, en lo malo me refiero, y que trabajo o que habilidades tiene cada uno, para ordenar un poco su labor comunitaria.

—Si, algo me contaron, pero nunca hablé con nadie.

—Correcto. Tuvimos un brote de sarampión en esa época y nos afectó a varios del consejo, incluido a mí.



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