Los Hollister y el tesoro indio by Jerry West

Los Hollister y el tesoro indio by Jerry West

autor:Jerry West [West, Jerry]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Aventuras, Infantil, Juvenil
editor: ePubLibre
publicado: 1953-01-01T05:00:00+00:00


¡NO TE DEJES GANAR!

—¡Socorro! ¡Socorro! —gritó el pequeño, angustiado por el dolor, mientras intentaba levantarse de la punzante planta en que seguía sentado.

Pete y Pam corrieron en su ayuda. Cada uno tomó una mano de Ricky y de un tirón le levantaron.

—¡Canastos! ¡Cómo duele! ¡Estoy lleno de pinchos! —gritaba Ricky, dando saltos de dolor.

Los señores Hollister que, habían oído los gritos del chico llegaron corriendo a su lado. Detrás iba el señor Ortega que también se enteró de la desgracia. Cuando le explicaron todo lo sucedido dijo que, efectivamente, Ricky había sido «mordido» por la planta que se llamaba «cactus mordedor». Inmediatamente, tomó a Ricky de una mano y le llevó hasta un cuarto trasero. Sonriendo a los demás que les habían seguido, dijo:

—El niño saldrá dentro de un momento.

El mejicano cerró la puerta y mientras esperaban, los demás Hollister oyeron dar varios chillidos de dolor a Ricky; sin duda el señor Ortega le estaba arrancando los espinos que se le habían hundido en la carne. Unos minutos después, se abrió la puerta y Ricky salió. Muy orgulloso, hizo saber a los otros cómo el dueño del hotel le había puesto sobre la región perjudicada por los pinchos una larga tira de esparadrapo, que luego le arrancó de un buen tirón. ¡Con el esparadrapo habían salido todas las púas del cactus!

—Creo que ahora podréis llamarme Ricky «Cactus» —dijo, haciendo un esfuerzo por sonreír.

Le resultaba imposible sentarse cómodamente y acabó yendo a acostarse temprano.

A la mañana siguiente, después del desayuno, todos esperaban en sus puestos, en el autocar, menos la señora Hollister y Ricky «Cactus». Holly oprimió dos veces la bocina para hacerles saber que estaban preparados para marchar.

—Puede que Ricky se encuentre mal —dijo Pam, preocupada.

Estaba a punto de ir al hotel a ver qué sucedía cuando su madre y su hermano aparecieron. La señora Hollister llevaba en una mano una esponjosa almohada. Sin decir una palabra la colocó en el asiento del fondo y Ricky se sentó, tomando grandes precauciones.

—Así ya no me duelen los mordiscos del cactus —dijo, sonriendo a su madre.

Antes de dos horas los Hollister llegaron frente a un letrero donde se leía:



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